sábado, 2 de septiembre de 2017

MENCIONES DE HONOR -CUENTO/RELATO -CASTELLANO -ARGENTINA

1°MENCION DE HONOR- GUILLERMO HORACIO PEGORARO

ME CONTO EL NONO

Nuestra casa vivía en continua construcción; cómo no estarla, si avanzaba al ritmo del esfuerzo de mis padres. Al lado, un terreno baldío a la espera de los sueños constructivos de un vecino. Mi padre, bajo el permiso de su propietario, limpió el espacio y lo utilizó para criar gallinas, perros de dudoso linaje, y como pobre Disneylandia, al permitir a sus dos hijos y demás mocosos del barrio, jugar en un enorme y fantástico olivo.
Cada martes y jueves, a casa se llegaba mi abuelo. Petizo, medio pelado, lleno de machitas color canela que denotaban vejez, y con una de esas caras de bueno que todo abuelo debería tener. Caminaba despacio, demasiado para mi gusto, al no amoldarse a mis corridas que demostraban mis ocho años. Era increíble verlo llegar, con ropas para el trabajo, cómo él decía, pero que deben haber sido las mismas para todos los días. Traía consigo un pequeño bolso, y en el algunas herramientas de huerta. Charlaba un rato como mi papá, uno poco más con mi mamá, y luego de pedir permiso, se dirigía a cuidar su huerta en el baldío prestado.
Aparte de corredor, reconozco que yo era un preguntón. Así pude conocer cosas, enterarme de otras, ver el mundo y los sentimientos de otros, a través de la voz del nono.
Recuerdo que esperaba con ansias los martes y jueves, y estadísticamente, eran los días en donde menos problemas llevaban mí firma, bajaba el índice de castigos y no adeudaba tarea de la escuela. Todo para estar con el abuelo y aprender a mirar un poco más allá de los que mis ojos lo permitían. Por un rato no lo molestaba, lo miraba unir cañas para los tomates, cavar para los rabanitos, inspeccionar cada hoja de lechuga y regar con una lluvia fina... sin llegar a embarrar... cada surco que explotaba en vida, como las líneas profundas de su rostro.
Supo contarme de su tierra natal, Italia, y de su pueblo en la isla de Sicilia. Lo hacía con tal fervor, que daban ganas de mudar mis juguetes hacia allá.
Otras veces me hablaba en su idioma para darme alguna enseñanza “Ay Guiyo... mira el cielo”, y yo miraba ese espacio celeste con nubes como pelotas de algodón, para luego escucharlo sentenciar “Quando il cielo sembra lana la pioggia non è lontano”. Y cosa de mandinga, al poco tiempo llovía.
Quizás por este intercambio, su sabiduría por mi ignorancia, me fui atreviendo a preguntar más. Y si existió un hecho que me quedara gravado y marcara para siempre mi sentir, fue su respuesta en unos de esos tantos jueves.
Quise saber el porqué de su mudanza, del viejo al nuevo mundo, y especialmente a este país, en donde conociera a una criolla como mi abuela, y tuviera dos preciosas hijas, la menor, mi mamá. Qué había en especial en esta tierra que lo trajo sin dudar, y de lo que me sintiera orgulloso y sin ánimos de emigrar.
El abuelo ya no tenía la memoria de épocas lozanas. Pero como todo anciano le era más fácil rememorar que recordar.
Dejando de lado el rastrillo, me pidió que me sentara al frente suyo, me miró con sus profundos ojos verdes, y metiendo su mano en el suelo, arrebató un puñado de tierra, a la que dejó caer lentamente al compás de sus pensamientos.
  • Ay Guiyo, la tierra es igual en todas partes, pero tiene una virtud que no posee ningún otro objeto... es lo único que no se puede fabricar. Lo que cambia son los que las ocupan y las maneras en que se tratan. Tu juegas con soldaditos, y sabes que después de varias batallas, algunos no retornan a su caja, porque están rotos o se perdieron. En mi país la guerra fue de verdad; peleábamos contra vecinos y había mucho dolor y odio. Numerosas personas queridas resultaron heridas y a otros nunca más los vi regresar. Algunos decidimos escapar de esa locura en búsqueda de paz, y cada cual decidió el lugar en donde volver a comenzar.
El nono respiró hondo, y en sus ojos creí ver escenas de su infancia deambulando por su mente. Volvió a mirarme y continuó.
- Veras Guiyo, que los pueblos responden a su historia, porque así será tu futuro de acuerdo a los bien o mal que te comportes ahora. Hasta el otro extremo del mundo me llegaron historias de cada país americano. Y presté atención a cómo habían logrado sus independencias. Todos, sin excepción, se sentían orgullosos del esfuerzo y del coraje puesto por sus patriotas, pero ninguno me caló tan hondo como los de este país en donde tú has nacido...
Me le quedé mirando, y la huerta dejó de hacer los ruidos propios de la naturaleza. Y en ese mágico momento, en donde la sabiduría fluye entre las generaciones, él me contó.
  • Supe de dos historias. En una, la ciudad defendió su puerto de dos invasiones. Los defensores sólo contaban con pocos soldados pobremente armados, y por el otro, filas y filas de enemigos con armamento superior, caballos y buques que hacían tronar sus cañones contra la endeble ciudad. ¿Y sabes quién ganó Guiyo?, los de la ciudad, porque no hay poder alguno construido con avaricia que pueda contra quien abraza un ideal. La ciudad no solo fue protegida por el puñado de soldados, sino por el pueblo entero. Mujeres, jóvenes, padres e hijos, hermanos y vecinos, ricos o pobres... ante un adversario imponente, hubo un pueblo imponente, que con piedras, palos, uñas y dientes defendieron cada ladrillo de adobe de la ciudad. No hubo tesoro conquistado, sólo se quedaron con lo suyo, y de seguro, con mucho orgullo.
El nono estaba emocionado y yo con mis fantasías construyendo en mi mente cada escena descrita.
Quise más. – ¿Y la otra historia abuelo?
  • La otra epopeya es aún más heroica. Se trató de otro pueblo, perdido en una zona bella pero difícil. Eran pocos, todos trabajadores y emprendedores. Supieron del avance del enemigo para someterlos y apropiarse de sus bienes, y ellos, entre la duda de dar batalla o rendirse, concluyeron que ninguna de las dos alternativas era posible. El ejercito que avanzaba estaba formado por profesionales de la guerra, y ellos apenas un puñado de civiles. Sellaron que a sus tierras las perderían, pero que nadie se apoderaría de su libertad, honor y dignidad. Guiados por un general patriota, vieron por última vez sus casas y campos... y les prendieron fuego. Quemaron hasta la tierra para que el ejército enemigo no tuviera alimentos ni refugio cuando llegara. ¿Te imaginas Guiyo?, que estos hombres, con sus mujeres e hijos, podrían haber salvado sus posesiones con solo rendirse y aceptar ser esclavos, pero prefirieron despojarse de todo bien material y conservar intacto el sentido de  justicia, no sólo para ellos, sino para todos aquellos que nacieran en esta bendita patria.

Han pasado largos años desde aquellas historias y en la escuela se las recuerda. Que curiosa es la realidad que no agregó nuevas hazañas para conmemorar. Pareciera que los valores son cosas del pasado, cualidades de gente utópica. Hoy al enemigo no se lo distingue porque se camufla entre nosotros, conspirando para crear pobres a modo de esclavos, y boicoteando el surgimiento de un pueblo glorioso que defienda sus ideales... me lo diría el nono, quitando con furia las malezas para que no pudran la buena huerta.


2°MENCION-DE HONOR - EDDA OTTONIERI DE MAGGI

CAMINO DE TIERRA

Te dije que íbamos a tener problemas- dijo la mujer mientras giraba el torso para mirar a su  marido, quien en ese  momento entraba a la cocina.
__ ¿Y qué problema tienes tú si ni abriste la boca y el periodista soy yo? El  sentido común me llevó a sacar caretas. Si todos nos callamos…__ respondió él mientras abría la heladera.
__ ¿Se puede arriesgar un hombre  cuando  tiene  esposa e  hijos?    Pienso que los poderosos saben usar muy bien  las banderas de la venganza…
__ ¿Qué me quieres decir?__ dijo Lito  mientras se  acercaba a ella con un vaso de cerveza.
__ Lo que oyes; esta mañana, cuando llevaba a Mario y a Lara, en el auto, a la escuela, otro auto de alta gama, azul oscuro, con vidrios polarizados,  nos siguió por todas las calles por donde íbamos.  Pensé que era idea mía; entonces, desvié el coche por una manzana menos céntrica, pero igual  nos siguieron. En el momento en que los niños bajaron frente a la portada de la escuela, el otro auto se puso al  lado del mío;  cuando arranqué para regresar, me siguieron hasta aquí. Me transpiraban las manos y el corazón se me escapaba del cuerpo… En el momento en que entraba el auto al garaje, rompieron el aire frío  de la mañana, a bocinazos. Yo no quiero ser patriota… por eso te pido que dejes el programa o cambies el enfoque…o  busques  otro tema para “lucirte”, pero no arriesgues demasiado…
__  Bueno, Bueno… Veo que los ladrones de guante blanco consiguieron lo que querían, te asustaron para que vos me pasaras el dato. Lo voy a pensar.
__ Acá no hay mucho que pensar… Están tus hijos… y  yo…
    El periodista salió de la cocina dando un portazo. Su mujer  hizo un gesto de disgusto.
   
   Cenaron en silencio. La mesa redonda del comedor parecía  congelarse ante una rueda de miradas cruzadas. Hasta los dos niños preguntaron qué pasaba. Nadie contestó. Pero allí, él tomó la determinación.
  
      Esa noche, en la intimidad del dormitorio, Lito le  dijo a su mujer:
 __ Ya lo decidí, Lena; mañana nos separamos para la gente. Yo te quiero, sé que tú me quieres, pero no tengo derecho a someter a mi familia a este vendaval. Dejaría todo, pero ya estoy involucrado y alguien debe denunciar a los corruptos.  Mañana tengo que ir a la
Entrevista televisiva, y lo primero que diré es que nos vamos a separar por diferencias de pensamiento, o de cualquier cosa…
__ ¿Sí? ¿Y eso a ti te hace héroe nacional?  Nos podemos separar, pero tus hijos siguen siendo tus hijos…
__  Algo cambia. Te vas con los niños al departamento céntrico. Es chico, pero en un edificio, de departamentos van a estar más protegidos.
__ ¿No sería mejor que te callaras  y dijeras que te equivocaste?
__ ¿Cómo puedes pedirme eso cuando sabes todo lo que investigué para hacer esta denuncia pública?  Una vez me dijiste que lo que te había atraído de mí era mi  actitud frontal ante los hechos… Y ahora, tú misma me lo reprochas… Será una separación aparente, porque sabes que seguiremos juntos. Todo este tiempo compartido ha sido bien llevado… Nos hemos amado y los dos enfrentamos situaciones difíciles. Hasta perdimos un bebé… y sin embargo, todo anduvo bien entre nosotros…
__  Todo esto me asusta mucho... No quiero pasar por nuevas inseguridades…Pero bueno…todo estará bien…
    Depuso su irritación y se acercó a él con actitud cariñosa. Se abrazaron con intensidad…

    Al  día siguiente a estas vivencias,  ya día viernes, los niños no asistieron a clase. Lena se dedicó todas las horas del día a preparar valijas y enceres que necesitaría en la otra vivienda.   Al anochecer, llamó a  un fletero. Cargaron las pertenencias y útiles  propios de los chicos en actividad escolar, y abandonaron la casa del barrio, lugar donde hacía tres años se habían ido a vivir para gozar de  mayor sosiego y  libertad.

   El  día miércoles se desarrollaría  el programa televisivo de denuncia para el que  Lito había preparado las muestras contundentes del valor monetario sustraído por una falsa compañía de pavimentación, en el que quedaba imputado un  personaje importante de la vida política de los  últimos tiempos.
   A los  comprobantes de la estafa,  lo acompañaban fotografías que  demostraban, que dicho camino, seguía  como había nacido: de tierra.
 Evocó la actividad investigativa  del hecho que él consideraba una estafa social de gran envergadura y lo que lo había impulsado a la tarea de llegar a la verdad de los hechos para desenmascarar lo que había  ocurrido con  “El camino de tierra”.

Todo había empezado con el vibrar de su celular en  una reunión de prensa; en es momento había reconocido el número de Santo. Nunca dejaba de atenderlo. Eran amigos desde que tenía memoria. Se levantó y caminó el piso de  madera  con cuidado,  para evitar ruidos. Fuera del recinto del Club Deportivo, pulsó los números de su amigo.
__ ¡Hola, Lito!  Me ocurrió una desgracia. Me avisaron de mi pueblo que mi papá sufrió un accidente  con la camioneta…el campo, el barro del camino. Él murió. Me voy a Colonia. Te pido que me cubras mañana con la nota del partido de los jugadores del Club de Colón… Estoy desesperado…
__ Sí, tranquilo, anda, yo voy. Y mañana estaré en  tu pueblo…Tranquilo, mi pésame a tu mamá…
   
   El siguiente día amaneció lluvioso. Lito  había acudido  al Club  para a hacerle la nota al deportista, por encargo de Santo, y luego de pasar por el canal a dejar el material, se dirigió hacia la ruta para llegar al pueblo de “Colonia”. La lluvia copiosa hizo que el viaje fuese  una odisea. El agua saltaba en chisporroteos a medida que avanzaba. Tras muchas paradas forzosas por el diluvio, había llegado al pequeño pueblo; se había detenido  en la  explanada de la  gasolinera para reponer combustible y  luego había marchado hacia el bar, ubicado en un espacio no  mayor a cinco por cinco.
   Después de ingerir un café con leche y dos medas lunas, le había  y preguntado al mozo si conocía a José Milanta…
__  Sí… el que murió ayer en un accidente; se tumbó en el zanjón  y parece que se ahogó…
__  ¿Sabe  dónde lo velan?   Hace horas que viajo. Quería ir al velorio.
 __  En el mismo campo donde vivía el hombre. Pero no va a poder ir. El camino de barro está intransitable…  Tampoco lo van a poder sepultar. Ese camino es muy bravo. Una vez juntamos un montón de firmas para pedir que lo pavimentaran,  pero dicen que hubo una mano negra… que en el mapa de la provincia, este camino figura como asfaltado. Por eso todos los pedidos mueren enseguida… Comentan que la plata para  pavimentarlo, se la robó un  político que se agarró la plata… ¡Oiga!, ¡¡mire que dicen!!. Concluyó el hombre cuando vio la cara de asombro de su interlocutor.
__  ¿Sí? ¿Y quién es el  político?
 __  No sé…uno de la Capital…     
   En ese momento el cliente  de la mesa del otro lado, había llamado  al servidor, lo  que  dio  por terminada la conversación.
  Y allí, también, había terminado el velatorio para él…
  En esas circunstancias, se había comunicado vía celular con su  colega, quien le había pedido que se volviera, porque la lluvia iba a seguir y él mismo iba a quedar varado en un velorio “eterno”.

    La  conversación con el lugareño había desatado en Lito, gran  interés por  averiguar sobre el “Camino de tierra”.    
    Días más tarde acudió a las oficinas  de la  DIRECCIÓN NACIONAL DE VIALIDAD.  Pasó todo el día de oficina en oficina, hasta que dio con el camino 115 que iba de Colonia a Santa Elena. Ese era. Continuó varios días más visitando ese lugar. Afiebrado y con asombro seguía la tarea entregado por entero a la averiguación.
   Como le había dicho el hombre del bar, el camino figuraba como pavimentado y luego arreglado, con fecha reciente. Tenía razón el lugareño. A ese camino nunca  lo  pavimentarían porque “ya estaba pavimentado y también  reparado en  una segunda ocasión”.
 Comprobó quiénes eran los  firmantes  de la  primera solicitud, anotó sus nombres, y verificó también quiénes estaban involucrados en el segundo trámite de arreglo y bacheo. Y se asombró.
   Para hacer pública la denuncia en los medios masivos de comunicación, había desarrollado un plan estratégico y con él se presentó en un  programa televisivo. Claro que primero debió soportar  las  preguntas relacionadas a su separación matrimonial por parte de  la “muñeca” del panel. Luego de algunas frivolidades, había hablado de la “trampa” económica del camino de barro. Remarcó la estafa sufrida por los lugareños, quienes habían reunido firmas para la petición y tramitado la sustentación del pedido ante las autoridades correspondientes. Incluso, habían invitado al canal televisivo, a los personajes del primer operativo  relacionado con el pedido del asfalto. A uno de los firmantes de la solicitud, que encabezan la lista de petición para  que se pavimentara el camino,  Lito le preguntó frente  a las  cámaras de televisión:
  __ ¿Puede enumerar los trámites que realizaron esa personas para que se realizara la obra de asfaltado del camino que une a Colonia con Santa Elena?
  __ Bueno…- titubeó el hombre poco acostumbrado a estar ante luces-.  Hablamos primero con el Senador Ferrario y después juntamos firmas, y después fuimos a Vialidad y después…
Creíamos que a los seis meses lo iban a hacer, pero después no volvimos a encontrar al Senador y el tiempo pasó… Y cuando fuimos de nuevo, el camino figuraba como pavimentado  y… usted  sabe…nos dimos cuenta de la estafa… pero ahí quedó todo… Nosotros somos gente de campo… de trabajo… y los papeles no van con nosotros…
   Entonces Lito, con actitud de periodista investigador, desplegó el plan en el que había basado su  tarea. Con el fin de  mantener el mismo nivel de  audiencia, prometió dar los nombres de los implicados en la trama delictiva, en el programa del viernes.
  Antes de  retirarse, el panelista  que lo había invitado, le preguntó:
__ ¿Es cierto que esta tarea de  averiguación  le costó la separación de su mujer?
__ Es cierto. Ella no quería que yo continuara con esta tarea y en estos problemas. Ya no vivimos juntos. Es doloroso.
__ Sí claro- dijo el panelista. Y agregó: - Despedimos al  expositor con un aplauso…
  
  Apenas Lito regresó a su casa, sonó su celular. Era Lena. Le pedía que fuera al departamento porque Mario, el hijo de ambos,  tenía dificultades para respirar y que era muy probable que se lo causara otra vez, un  bronquio espasmo.
  Ante este mensaje, Lito decidió llamar a un taxímetro para volver al centro. Llegó al departamento de la familia y luego procedió a llevar al niño al hospital, en el automóvil de su  esposa, quien se quedó en el departamento  con la niña. Toda la noche se encargó de atender al pequeño, motivo por el que durmió pocas horas.
   A media mañana, lo  despertó su mujer. Le preguntó cómo seguía el enfermo y se tranquilizó también ella cuando le informó que ya estaba bien. Recién entonces ella le dijo:
__ Tu hijo te salvó la vida. Oí lo que grabé con el celular: “El programa del viernes que viene, en el que el periodista Lito Milanesi, daría los nombres  de los implicados en la estafa que consistió en la desviación del dinero de la pavimentación  del  camino a Santa Elena, y que aún es de tierra, nunca será dicho por él periodista, ya que fue silenciado para siempre a causa
de una atentado de bomba que hizo implosión en el domicilio del periodista, mientras dormía, y destruyó toda la vivienda…”  
    Al oír semejante noticia, el periodista quedó en posición  “de pensador”. Procedió luego a despertar a su hijo con suavidad, lo cargó en sus brazos y se aprestó a retirarse del lugar sin dar explicaciones y sin alterar el  orden del lugar. Accedió a la cochera del  Centro Sanitario, depositó al niño dormido en el asiento trasero, y enfiló hacia  el departamento de la familia.
     Al minuto siguiente, estaba con su esposa. Se abrazaron. Lloraron juntos.
 Luego, ambos se pusieron en movimiento: prepararon  las valijas, las portaron hacia el auto en el garaje del edificio; terminada esa tarea, levantaron a los niños, quienes miraban asombrados el hacer de sus padres y los llevaron hacia el vehículo.
Partieron hacia el exilio. Mientras, el teléfono del departamento estallaba en sonidos.    

3°MENCION -DE HONOR -NESTOR QUADRI

MUÑEQUITA RUBIA

Me encontraba caminando entre una gran cantidad de gente por una galería comercial del barrio de Flores en Buenos Aires, para efectuar las compras de los regalos de Navidad. De pronto, una joven mujer que caminaba hablando distraídamente con su celular tropezó abruptamente conmigo. Era muy linda, tenía el pelo rubio y color de tez igual que el mío y era casi de mi estatura. El golpe hizo que su bolso cayera al suelo y se abriera, dejando escapar parte de su contenido en el piso de la galería. Traté de ayudarla a recuperar sus cosas entre toda esa gente, cuando observé una pequeña y vieja muñequita de pelo rubio caída en el suelo. Esa visión me trasladó instantáneamente a un triste recuerdo instalado en el fondo de mi alma y que cada tanto emergía desesperadamente.
En ellos, siempre aparecía la enorme casa de mis abuelos, frente al inmenso Parque Avellaneda, donde vivía de chico con ellos, mis padres y mi hermanita melliza. Al igual que otros inmigrantes españoles, habían llegado a estas tierras con sus sueños a cuestas y la habían construido con sudor y muchos sacrificios. Era una de esas casas alargadas “tipo chorizo”, con habitaciones comunicadas y ventiladas mediante largos pasillos internos. Al fondo, estaba la tradicional huerta casera y numerosos árboles frutales. Allí, mis padres habían instalado unas hamacas y otros juegos, donde nos divertíamos con mi hermanita en aquellos días felices de mi infancia.
Pero esa felicidad grabada en mi mente de esos primeros tiempos de mi vida, quedó trunca para siempre desde aquel día fatídico. En ese entonces, concurríamos a escuelas diferenciadas por sexo, y ese día mi hermanita no tuvo clases porque se efectuaban tareas de desinfección. Entonces, como mis padres tenían que hacer unos trámites urgentes en la Ciudad de la Plata, decidieron llevarla con ellos en el coche. Cuando transitaban por la ruta, un camión se les cruzó de frente y tuvieron un accidente fatal, quedando el auto destruido por completo. Mis padres fallecieron en el acto, pero lo realmente extraño de esa tragedia, fue que el cuerpo de mi hermanita jamás apareció.
Ese hecho tuvo mucha difusión pública en los medios y luego de varias investigaciones, la teoría más atinada era que mi hermanita habría salido con vida del accidente y que fue apropiada por algunos malvivientes. Justamente cercano al lugar del accidente había un asentamiento en la que vivía mucha gente del hampa, donde circulaba impunemente la droga y la trata de personas. De todas formas, a pesar de esas presunciones, las intensas investigaciones realizadas por la policía no llegaron a ningún resultado positivo, y después de un tiempo no se habló más del asunto.
Sin embargo, yo nunca pude olvidar a mi hermanita melliza desaparecida, y en mi subconsciente siempre la buscaba. La recordaba jugando con su adorada muñequita de largo pelo rubio que le había traído Papá Noel, la que dormía siempre en su cama y era parte de su vida. Por ello, su  repentina visión sobre el piso de la galería me provocó una profunda impresión, mientras instantáneamente el rostro de esa mujer tan parecida al mío, se mezclaba ahora en mis recuerdos con la de mi hermanita melliza, en aquel mundo lejano y feliz de mi niñez.
― Perdóname, pero estaba caminando un poco apurada y no te vi ―, me dijo la muchacha, cortando abruptamente mis pensamientos, en tanto guardaba el celular y todas sus otras pertenencias en el bolso. En mi mano yo seguía apretando con fuerza aquella diminuta muñequita, mientras la emoción me embargaba, porque tenía la presunción de que era la misma de aquel entonces.
― No te hagas ningún problema por el tropezón,  no pasó nada ―, alcancé a balbucear.
― ¿Podrías devolverme mi muñequita, por favor?  Es un recuerdo de mi madre ―,  me dijo ella amablemente.
Mientras se lo devolvía, la miré intensamente, tratando de buscar algún indicio o señal en su rostro que expresara algún signo de reconocimiento. Sin embargo, la muchacha se mantuvo completamente indiferente, tomó la muñequita y luego de mirarla con cariño, me dio las gracias, dio media vuelta y se marchó, dirigiéndose prestamente hacia la calle entre esa muchedumbre que nos rodeaba. Ya había andado unos pasos cuando reaccioné súbitamente, y la llamé desesperado gritando tan fuertemente el nombre de mi hermanita, que retumbó en toda la galería. Entonces, ella se detuvo al instante y muy sorprendida volvió su rostro hacia mí, junto con los de algunas personas que la rodeaban.
―  Me parece que me has confundido con otra, porque yo no me llamo así. Ese no es mi nombre ―, me aclaró.  Me contempló por un instante y creí adivinar un gesto de compasión en su mirada, antes que reanudara su marcha resueltamente.
Quedé paralizado sin atinar a nada y mientras se iba desvaneciendo para siempre de mi vista, lo último que vislumbré fue su pelo rubio y el de la  pequeña muñequita que seguía aferrada a su mano. Quedé allí parado durante un tiempo, tratando de alejar de mi mente aquella dolorosa imagen de mi pasado que permanentemente me perseguía. Luego, algo más calmado de aquel encuentro circunstancial, reanudé mi marcha lentamente por la galería, mirando las vidrieras de los negocios para adquirir los regalos de las fiestas de Navidad. Estaba rodeado de una multitud de gente ansiosa por comprar, ignorante de aquel drama que formaba parte de la historia de mi vida.

4°MENCION - DE HONOR -MARCOS GABRIEL CHILLEN


Desde su infancia le gustó la fotografía, e iba para todos lados con su cámara en mano. Ésta eran sus ojos, y a través de la lente, veía el mundo, sus actores y su inquieta relación. En un principio disfrutaba solamente tomar fotografías de los paisajes. Por entonces, sus fotos eran recuerdos de sus viajes, que representaban la quietud y tranquilidad de aquellos lugares, donde el sol le marcaba el fin del horizonte. Con el paso del tiempo, comenzó a tener preferencia por las fotos sociales, luego de encontrarse con sucesos que sentía que debía fotografiar. Una pareja que discutía en una cafetería. Un adolecente lloraba en soledad, sentado en un banco de una plaza vacía. Una oficinista cuando detenía un taxi, mientras el viento le volaba sus papeles. Un ladrón perseguido por dos policías. Dos autos chocados, con humo saliendo de sus motores y frente a ellos, sus choferes en plena pelea a mano limpia.
Cada foto era una historia, pero nadie las podría contar con veracidad. A lo sumo, podría decir su idea de lo que pasó, pues sabía que esos sucesos no los había visto como realmente eran, sino, como creía que habían sucedido. Así fue como empezó a estudiar a los actores de sus fotografías, sus acciones y posibles pensamientos. ¿Por qué estaban ahí? ¿Qué buscaban? ¿A dónde iban?
Tras observar pausadamente a sus desconocidos modelos, concluyó en varias reflexiones. La primera reflexión surgió cuando tomó una foto en una protesta de ecologistas, donde se exponía un cartel que decía “por un mejor mundo para nuestros hijos”. Entonces pensó, por qué no un cartel que dijera “por mejores hijos para nuestro mundo”.
Otra reflexión apareció al fotografiar un niño perdido, que por sus ropas andrajosas la gente lo ignoraba. Así se percató que vivir en una ciudad no significa vivir con personas, sino sobrevivir en la salvaje y solitaria sociedad, donde cada cual está inmerso en su mundo, sin prestar demasiada atención a lo que sucede a su alrededor.
Una tercera reflexión llegó cuando le tomó una foto a un barrendero que ejercía arduamente su labor, mientras que detrás de él, se veía una señora acompañada de un niño, que arrojaba un papel al suelo. No solo pensó en como desmerecían el trabajo del barrendero, sino también en la enseñanza que le dejaba al niño. Se enfadaba de saber, que la gente decía querer una ciudad limpia, pero muy pocos contribuían para que eso se pudiera dar.
Obtuvo muchas reflexiones con el paso del tiempo. Diariamente sucedía algo que le dejaba una nueva enseñanza. Pero solamente, cuando vio en una foto su imagen reflejada en un vidrio, se dio cuenta de que estaba allí, como parte de aquella muchedumbre, como una pieza más del complejo juego social.

Siempre, a través del lente, había estado como un ser espectral, sin darse cuenta de su propia participación. Decidió entonces dejar de lado la cámara, para ser protagonista, y transmitir así, aquellas silenciosas enseñanzas.

5°MENCION DE HONOR - LIDIA KELLY

IDUS DE AGOSTO


Mes de tormentas, invierno en el hemisferios sur, Agosto la llevo por fin, tan inhóspito, crudo y cruel como  su ausencia, eterna.
Tengo que elegir tres fotos, porque tres y no cuatro o cinco?, no sé  ya no me acuerdo quizás es lo mismo, hermana me lo pediste hace tanto tiempo…  La tormenta azota los vidrios y me sobresalta tengo los nervios de punta con este tiempo, y no encuentro la caja de las fotos metida hasta el cuello en esta baulera horrible, hedionda y sin luz. ¡Pero encontré su cuadro! ¡El óleo!¡ Ella estaba tan orgullosa de él!, -“Lo pinto René Barkijian, el pintor del teatro Colón”- decía, me parece escucharla. Era tan joven en ese óleo, la definía de alguna manera con un fondo oscuro y tormentoso, la mirada es altiva y desafiante, un peinado en rodete de los 40, pero el truco fue, que aunque ella posó en traje sastre, él la pinto envuelta en  un escotado y largo vestido negro, tenía los brazos enguantados hasta el codo  y las manos reposaban sobre el regazo sosteniendo una gran pluma en tonos de grises, majestuosa! Me detengo a mirarla pero el llanto no me deja y tengo que seguir buscando la caja de las fotos. Encontré el álbum, pesado y negro con tapas duras de satén y separadores de papel transparente, todas las primeras hojas son de ella a caballo, con su traje de montar, Uy! ésta, apuntando con la escopeta seguro que te encanta! firme sobre su caballo, las botas altas, y papá a su lado. Esa la separo.
Después vienen las del 54 y 58, de la calle Cuenca, donde nacimos, pase el otro día y está igual, después de 60 años, no tocaron la fachada, increíble. Tendría que mandarte alguna de esa época, antes que descendiera la desgracia sobre la familia, antes del bochorno y la enfermedad, aunque ella contaba que para entonces ya habían comenzado los problemas. De Cuenca me acuerdo los carnavales en la vereda! y el corso!.
Después el amanecer en la casa de Mar de Ajó, el caos, el desamparo, el colegio de monjas. Encontré una foto de la calle Mansilla, vos estas grande, con vincha y anteojos y el pelo rizado sobre la nuca. Las tres paraditas junto al pilar del chalet, yo con un corte Cristóbal Colón, que odiaba. Ella con la vista perdida. En provincia hacíamos tortas caseras, títeres de trapo, y nos sentábamos junto al hogar a leña a dibujar y leer. Ella tenía las manos  iguales a las mías, eran las manos que dibujaban la portada del cuaderno en los cambios de estación, las que abrochaban los cordones de las zapatillas mientras me llegaba como un regalo el aroma de su pelo. En Mansilla empezó a enfermarse,-“tu vieja está loca-” decía papa cuando se enojaban. Y yo la desconocía cuando no tenía esa fuerza de las entrañas que todo lo hacía y se hamacaba la casa de punta a punta, o bailaba, brazos en alto al son de “Zorba el Griego”. Cuando se enfermaba su mirada perdía brillo y en la casa era todo tristeza y silencio. Pero vos en esa época ya no querías saber nada de ella. Tres fotos; tengo dos, la” Amazona” y “Mansilla”. En tu exilio auto impuesto te preguntaste¿ quién era ella, o  quién sos vos?
Papá finalmente se fue, yo me case, se quedó sola en el departamentito de flores, muchas tardes cuando salía de trabajar iba a tomar el té.- Rehace tu vida- le decía- y nada, ella siempre siguió enamorada de él, como una maldición, con sus colección de Plata Lapas, las medallas de papá en cuadritos de marco dorado a la hoja, y su cuaderno de versos.¿ Y ahora querés tres fotos….?
Es que me pongo tan mal ¡porque es Agosto! cuando empiezan las lluvias de Santa Rosa, me traen el aroma de su pelo, y el recuerdo de la noche que desperté a las cuatro de la mañana sabiendo que ya no estaba. Y la palabra suicidio, era una herida honda, impronunciable, un cuchillo filoso desgarrándome, suicidio se parece tanto a homicidio y a  Omisión.
No sé qué tres fotos te voy a mandar,  mírate en el espejo, fíjate que tenés su frente alta y despejada, la barbilla adelantada y valiente, el pelo castaño y rebelde, y algo” tano” te bulle en las venas hermana, como ella, la capitana de tantos inviernos. Entiendo porque la dejaste, era muy difícil tratar con ella y sus estados de ánimo,  no sé cómo pude, hasta el final, al final también le falle, no estuve. No te mando las fotos, te mando el cuadro, el óleo! el que la resume eterna en su juventud, osada, sonriente, con la mirada segura, envuelta en terciopelo negro, con el fondo tormentoso, como su vida; retratada por “el mejor pintor del Teatro  Colón .René Barkijian.”  Yo, me quedo con el resto.   

6°MENCION DE HONOR - LAURA DEFAZY

SOLITARIO


Los treinta y seis naipes habían sido acomodados prolijamente en hileras, boca abajo sobre la mesa redonda del comedor. Los otros cuatro separados, esperando su turno, al igual que la mujer que observaba la mesa con la cabeza hundida entre los hombros.
El color del lomo de las cartas, rojo y verde, parecía mimetizarse con el estampado del mantel, donde convivían, entre otros, el carmín desinhibido y apasionado de unas enormes rosas rojas, con el violeta y amarillo de los tímidos pensamientos, todos unidos por un entramado de hojas verdes de diferentes formas y tamaños, que parecían agregarle textura a la tela, al tiempo que una hiedra atrevida y desprejuiciada, trepaba sobre la estatua de un joven guerrero que se erigía sobre un pedestal, orgulloso de exhibir la fuerza de su bello cuerpo.
Era el mantel familiar, el que se había ido heredando por generaciones, el que cada señora de la casa se había comprometido a cuidar con absoluto esmero, al momento de recibir el valioso legado de manos de su predecesora.
Esa vez, a diferencia del resto de las noches, la mujer no se decidía a jugar y, aunque parecía que observaba las cartas, en realidad su mirada se perdía en la tela estampada que, al entrecerrar los ojos, la trasladaba a un jardín tan antiguo como lejano.
De pronto, un escalofrío le recorrió la espalda y por primera vez se sintió sola, con una extraña sensación de desarraigo que no lograba descifrar. ¿Dónde estaban esos fragmentos de vida que de pronto la asaltaban sin mostrarse totalmente, apareciendo desdibujados y confusos? Por su mente comenzaron a desfilar momentos íntimos, propios y ajenos, reales e imaginarios, sucesos que de alguna manera habían formado parte de su existencia, pero que ya no podían ni siquiera ser ordenados de manera cronológica.  
…Y esa imagen del jardín repleto de flores, sólo poblado por la imponente estatua del joven guerrero… ese mantel florido, habitado cada noche, entre oros y copas, por pajes y jinetes enemistados con los cuatro reyes, tan autoritarios y déspotas que, al reunirse, decidían cuándo era el momento de ir a dormir...
La mujer se puso de pie y dio un paso hacia atrás intentando alejarse de la mesa, y poder así escapar de la amenazante sensación de soledad que la había cercado, quitándole hasta la posibilidad de reconocerse a sí misma, y privándola del beneficio de admitir y aceptar su propia identidad. Sabía que, en ese punto, no tenía demasiadas opciones, pero también sabía que no podía dar marcha atrás.
Miró a su alrededor, el antiguo comedor era el mismo de siempre, nada se había modificado en su entorno pero, sin embargo, una extraña y abismal distancia la separaba de su cotidianeidad.
Debía tomar una decisión…
Lentamente juntó los naipes, los guardó prolijamente en una pequeña caja de bombones que, al quedar vacía mucho tiempo atrás, había sido destinada a albergar un contenido totalmente diferente al original, convirtiéndose en la encargada de custodiar el tan preciado tesoro de su dueña.
Casi como un ritual que repetía todas las noches desde hacía años, se dirigió, caja en mano, al viejo aparador ubicado al fondo del recinto y, abriendo uno de los cajones, ubicó el mazo de naipes en un extremo, mirándolo con una expresión tan serena que parecía estar cumpliendo con una ceremonia. Luego, según la costumbre nocturna, debía volver al lado de la mesa, doblar cuidadosamente el mantel y guardarlo junto a las cartas.
Sin embargo, esa noche algo había sucedido, algo tan misterioso como excepcional, que obligaba a la mujer a modificar la rutina llevada a cabo durante décadas.
De pie junto a la mesa, acarició suavemente el mantel rozándolo apenas con la punta de los dedos en una actitud lindante con la devoción, sabiendo que en él, silencioso e incondicional testigo, estaba plasmada su solitaria existencia.
De pronto, levantó la cabeza como intentando recuperar la dignidad perdida y, con un irrefrenable deseo de redimirse a sí misma, se apoyó con decisión sobre la tela y lentamente comenzó a desaparecer, hundiéndose en el centro de la mesa, como si una fuerza desconocida la absorbiera, tragándola suavemente y llevándola a perderse entre sinuosos laberintos surcados de flores multicolores.
No sintió miedo, del otro lado, la imponente estatua del guerrero le tendía la mano…

Nunca más, persona alguna supo de ella. Al principio, unos pocos vecinos, más por curiosidad que por afecto, se preguntaban qué le habría sucedido a la pobre señora, aunque poco tiempo después ya nadie parecía recordarla, como si hubiera transitado por este mundo sin dejar huella alguna.
Lo que nunca nadie imaginó fue que, por primera vez en su vida, ya no estaba sola.

7°MENCION DE HONOR- GUILLERMO JAVIER DUBERTI

EL MAESTRO Y EL DISCIPULO


Estar solo a los nueve años es algo realmente jodido. Que tus compañeros de clase se burlen constantemente de vos es un infierno en vida. Francisco Pedro Alarcón vive ese infierno y no sabe cómo manejarlo. El llanto, la bronca, la impotencia no conducen a otro sitio más que un terrible desierto, a una soledad gigante. Por suerte a su lado está su madre, Clara, que también está perdida en el mismísimo infierno que Pancho pero creo yo que el infierno de ella es uno paralelo. En esa otra piecita del infierno, vecina a la de Pancho, su madre lo ve quemarse sin saber qué hacer, sin poder extender su brazo de cariño y entonces sufre, sufre enormemente.
Con ese estado de situación se encontró Don Ángel en el otoño del ochenta y dos. El tema de sus vecinos llegó a su conocimiento como todo otro tema de interés del barrio, en un breve plazo. Fue una tarde que Angelito servía un café en la mesa que da a la ventana, cuando vio pasar a Clara y a Pancho. Iban tomados de la mano, Pancho lloraba a lágrima tendida. Su madre lo acariciaba y no lloraba, pero notoriamente se deshacía por dentro. Esa tarde mi amigo les salió al cruce: - Señora, buenas tardes – le dijo. – Necesito hablar con usted.- ¿Por qué no pasa con el nene y se toman una merienda?- A Clara inicialmente la invitación le produjo rechazo pero luego, conociendo la fama de su vecino, decidió aceptar. Inmediatamente Ángel le indicó a Largo que les sirviera unos café con leche en la mesita más alejada del salón y los acompañó. Mi amigo se sentó con ambos y fue breve en su exposición: - Señora, conozco el problema de Panchito y creo que tengo una solución para darles.- dijo. – Discúlpeme que sea entrometido pero es una situación que no puedo tolerar. Si Ud. me permite quisiera exponerle una idea que puede revertir el asunto. Sólo necesito que me traiga al nene todas las tardes con ropa deportiva.  Clara, conociendo las buenas intenciones de Ángel aceptó la propuesta sin dudar un solo segundo. Ni siquiera quiso interiorizarse de cuál sería exactamente el camino para sacar a su hijo de ese infierno. Cualquier intento era una luz de esperanza entre tanta desesperación.
Todo comenzó al día siguiente. Por la tarde Clara se hizo ver por el café de la mano de Panchito, en uniforme escolar y con una mochilita conteniendo un short y unas zapatillas. Don Ángel los recibió ofreciéndoles un café con leche, al que Clara se rehusó excusándose para dejar al maestro mano a mano con su nuevo pupilo. Panchito se tomó el café de un sorbo y se morfó en muy poco tiempo las tres media lunas que Largo les había servido. Una vez saciado, Angelito le consultó por la escuela. El pequeño le explicó que la escuela era una porquería, que la detestaba. Desde su ingreso en la mañana temprano hasta la hora de salir Panchito era objeto de todo tipo de burlas. Gordo, bola de grasa, ñoño, pelota, balón, oso, eran algunos de sus sobrenombres aunque de vez en cuando mutaban por el de inútil, bobo o bueno para nada. De los doce compañeros varones que tenía Panchito particularmente seis se burlaban constantemente de él, cuando no le pegaban para entretenerse. Digamos que la otra mitad eran observadores pasivos de esa misma situación. También estaban las chicas, pero para ellas Pancho era un cero absoluto.
Angelito le explicó al nene que el problema que tenía no era único, que no se sintiera mal, que él ya lo había visto en otros nenes y que tenía un método infalible para dar vuelta el problema. – Tenés que aprender a jugar al fútbol.- le dijo. – Así de sencillo, ¿Vos no sabés jugar a la pelota no?-  No señor.-  respondió Pancho. El fútbol no me gusta, mis amigos juegan muchísimo mejor, no me pasan la pelota y no puedo quitarla cuando me ponen en defensa.- Para colmo suelen burlarse de mí, por lo que no me interesa.  – Bueno pibe, respondió Ángel. Si a vos te interesa salir de esta situación tenés que jugar a la pelota, ¿Te animás? ¿Probamos?- Panchito no se animó a responder pero inclinó la cabeza como asintiendo. Bueno, empezamos ahora mismo.- señaló y tomándolo de la mano se lo llevó al patiecito del fondo, con una pelota debajo de su otro brazo. Ahí nomás Ángel y Pancho comenzaron con unos pasecitos. Inmediatamente el maestro entendió que tendrían muchísimo trabajo por delante, Pancho era capaz de errar una pelota a escasa velocidad o de caerse intentando pegar más fuerte. La situación empeoraba cada vez más pero cuando el cuerpo del maestro sintió el cansancio o el aburrimiento ocurrió algo que encendió una luz de esperanza. Ángel le pateó un poco más alto un tirito que iba directamente a la cara de Panchito y Panchito con mano cambiada logró despejar la pelota de sus ojos. ¡Eureka! grito Ángel, como habiendo descubierto un gran hallazgo científico. Inmediatamente se metió en el café y le grito al mozo: - Largo, deja todo, tenés trabajo.
Así empezó el entrenamiento de Francisco Pedro Alarcón. Largo, arquero profesional y retirado había encontrado un discípulo y en el patio del café comenzó con las primeras nociones. Pero la cosa no terminó ahí. Largo, sensible como Ángel, se solidarizó con el asunto y su intervención no se restringió al mero entrenamiento. A la semana de comenzar le pidió a Clara que le permitiera ir a buscar a su discípulo a la salida de la escuela. Los compañeros de Pancho al ver que se retiraba de la mano de un tipo de un metro noventa quedaron impresionados. En poco tiempo la situación de Panchito comenzó a revertirse. En el primer recreo que, siguiendo el consejo de su maestro, pidió ir al arco demostró evoluciones en su juego. Todavía estaba medio flojo de reacciones pero era capaz de volar para atajar alguna pelota alta y hasta de cortar un centro, algo poco usual en un chico tan pequeño. Estas primeras intervenciones de nuestro golero produjeron algunas reacciones en sus compañeros. A partir de ese día, al momento de salir al recreo, todos se disputaban a Pancho para tenerlo en su arco. La vida empezó a cambiar.

Gracias a la conducta del maestro y del discípulo prontamente Pancho se convirtió en un buen arquero. Y no solo atajaba, también el puesto le curtió la personalidad. Si hay un puesto en el fútbol que requiere de una personalidad fuerte es el de arquero. El arquero paga carísimo sus errores y sale siempre en la foto del gol del rival. Rara vez se convierte en héroe en alguna definición por penales, pero por lo general, la vida del arquero dentro de la cancha no es de gozo sino de sufrimiento. A los seis meses del primer encuentro entre Ángel y Pancho, la vida de este último cambió por completo. Dejó de ser el gordo, el ñoño, el imbécil, para ser Pancho un gran arquero admirado y querido por todos sus compañeros. Hoy son pocos los que recuerdan esta situación. Pero hay uno que jamás se olvida y estará por siempre agradecido. Si una tardecita de jueves usted se deja ver en el café de Angelito, va a ver como un grandote de un metro noventa y de espalda ancha, se toma un cafecito mano a mano con el bueno de Largo. Es que Pancho, hoy publicista adinerado y de renombre, se reserva todas las semanas, y créame que su agenda es importante, dos horas para conversar con su maestro.

8°MENCION DE HONOR- FIGUERAS SONIA GLORIA
  
                        
HACE FRÍO  MUCHO FRÍO     -


    Busco mi abrigo rojo y  me arrebujo en él. En caso de que me arrepienta por esta garúa finita anexada, que me regalará un resfriado, seguramente me volveré y listo. A lo sumo regresaré mojada, cambiaré mi ropa, me pondré  la bata rosa que me apasiona. Luego veré una película de ésas, aburridas, tomaré un whisky bueno, vaso chico mucho hielo y a lo de siempre. A pensar…
   Ya nada ha cambiado desde que Juan… ella… el amor de mi vida y esa otra mujer en un reemplazo incomprensible. Esa mujer, nuestra  ruina, ¿y ela? ¿la pequeña?
   Siempre cargada con las carpetas, las notas, los problemas de los alumnos, todos los desperfectos de la vivienda, las dificultades de la familia. No me daba el tiempo. Las horas corrían en un reloj que las horas no marcaban. ¿No me hacía el espacio? ¿Ese tiempo sin tiempo para nosotros tres?
   Yo en las escuelas de aquí para allá. Juanjo en la empresa. Hasta que ella llegó. De lejos. Llegó la prima extranjera, la prima huérfana, la inocencia en unos ojos glaucos huidizos perdidos en un verde claro. Ella y Juanjo. La cándida niña y el amor de mi vida. Los que se fueron y me dejaron sola y ella…y ellita… Solas con la soledad.  Con el caudal de mi llanto, sin mis amigos, los de él…. ¿dónde quedaron?
    Acá estoy.
 La calle a pesar del frío está concurrida. Desde la mesa de la confitería, miro pasar…alegres, apurados, cariñosos, juntos, solos, solas.
    Y la veo.
   Flacucha, esmirriada, ojos de Auswichtz, cara de niña asustada. Entra. Me deja la estampita de San Cayetano. Vuelve. La siento a mi lado a pesar de la cara del mozo.
  -¿Cómo te llamás? ¿Roxana dijiste? ¿No tenés frío? ¡Hace frío! Vamos. Pago. Salimos y se va, dejándome inerte como si hubiera sido un fantasma. Intenté, pero se fue. Se esfumó en la noche.
   No la vi más, la busqué, ¡vaya si la busqué en mi soledad  y con fiereza durante años!
   Han pasado varios, desesperados años y ahora oigo detrás de mí que un alguien arrastra los zapatos de tacos altos sumamente torcidos que veo la hacen trastabillar.  El cristal de una vidriera le da una imprecisa visión de la luz del día. El rimmel corrido marca sus ojeras. Se mira, atisbo desde cierta distancia. No se identifica con ella, se acerca más para verse.
    Ah…de chica, en mi barrio, allá en la calle Malvinas, cuando la rayuela era el juego cotidiano de las nenas, ella siempre llegaba primero a El Cielo ¡y era tan hermosa! El pelo crespo desafiando al aire, la frente ancha, la mirada airada, el cuerpo junco de los matorrales
.
   Surgían sus brazos mecidos con gracia plena, de la brisa traída por los plátanos gigantes de ese platanar de mis interminables caminatas. Sus piececitos se movían a secuencia extraterrestre, cosa de ganar la partida eternamente. Leves pisadas de geisha.
   Vino su tiempo con delantal blanco impecable como su capita de piel, camino a la escuelita, corriendo más que caminando. Devino el turno del brazo de un chico como ella, jeans y zapatillas haciendo piruetas en el abrazo y el beso requerido.
   Vuelvo hoy a encontrarla en mi desvelo de esta incierta madrugada, plagada de presagios, oscuras figuras que me atormentan luego de varios cafés que dislocan mi estómago. ¿Por qué no encuentro en sus ojos profundos el brillo, el fulgor que le dio el arrebato de aquel amor inocente, o la hilera de sus dientes no amplían las carcajadas de esa boca, que felices herían a los pacatos que al verlos no entendían ese amor? ¡Si de ese seductor cuerpo, de esa vara cimbreante con el ritmo nacido de sus entrañas emanara, nuevamente, el halo del ave sabio de su poder en plena caza que ondula los aires!
   ¡Ah, si volviera a ser la pequeña Diosa del Olimpo de la calle Malvinas, fuera feliz hoy mujer ya, y callara la voz monótona aguardentosa con que tararea esa canción incomprensible que oigo salir de entre sus labios detrás de mí !
   ¡Si me volcara su cuerpo empobrecido, destruido por los vapores del alcohol que me llegan y me embriagan! ¡Si se abandonara a mis brazos, se cobijara en ellos aunque no quiera pactar con la felicidad y permitiera que en un abrazo le dijera ”hija” y mintiera un “mamá”…
  Acá te aguardo.
   Roxana ya terminó el secundario nocturno. Ingresó a la Facultad.
   La estoy esperando para almorzar.


9°Mencion
Mis pasos en la vereda   -Yolanda Lopez Ferrari


Mis pasos torturan las baldosas de la vereda despareja, caminando en zigzag, esquivando los pequeños charcos que quedaron como ojos líquidos desparramados por doquier, después de la imprevista lluvia. La  vereda se angosta, las casas se inclinan a mi paso, los árboles mueven sus brazos en una loca danza sin viento.
El está ahí, casi mordiéndome los talones, lo presiento, pero siguen mis pies tironeando de mi cuerpo sin dejarme ver hacia atrás. Una luz en cada esquina hacen más fantasmal la noche. La luna se hizo un botón de nácar detrás de las nubes. Una lechuza con su grito corta la noche y mis pasos, dejando el ombú de la plaza con su enorme tronco carcomido como la boca desdentada de un gigante muerto.
Solo pienso en llegar a casa. Faltan cinco cuadras eternas y la plaza.
Como se me ocurrió con semejante día ir a un café literario a escuchar hablar sobre Borges, no lo sé. Había unos pocos delirantes como yo, un catedrático especializado en el genio y algunos duendes trepados sobre los estantes altos de la biblioteca, haciendo gestos obscenos, burlándose de mí o de mi ignorancia. Una profesora conocida estaba a mi lado, embobada escuchando la poesía borgeana, para qué comentarle que los duendes me distraían con sus piruetas y que me perdía en el tema. Mi mente y mis ojos iban del atril al techo y de las palabras sabias a la gesticulación bromista de aquellos diminutos seres sin sueño.
Algo me quedó de la conferencia. Algunos retazos, frases confundidas que se funden como remiendos. Y toca las paredes que se alargan con un gorro rojo y unos zapatos puntiagudos.
Que los glaciares del olvido me arrastren y me pierdan, despiadados.
Junto a una risa diminuta y sin dientes asomada amarillo sobre un libro en la última fila de estantes. El ojo descifrando las tinieblas, junto a un duende niño que derramaba perlas convertidas en luz cuando se estrellaban contra el piso.
Fueron dos horas de místico abandono, sin registrar la lluvia y la noche que había llegado. La falta de gente en las calles y una luz casi ciega guiando mis pasos llenan de dudas las sombras.
Faltan dos cuadras y entonces te perderé, aunque no te muestres eres casi tangible, si alargo mi mano seguro te adelantas, o te trepas al árbol que estira sus ramas rozando la vereda. Te siento tan cerca que erizas mi piel, solo ansío llegar a casa, mi cuerpo pesa y se hace más lenta mi fuga.
Se estira hasta el infinito la reja que me separa de mi casa. Al fin encuentro las llaves y el portón se abre, no quiero ver tu rostro, una sola puerta más y estaré segura. 
Enciendo las luces de mi hogar y su tranquila seguridad me abraza. 
Logré perderte en la vereda solitaria, quizás quedaste atrapado en un charco o te escurriste por la alcantarilla que arrastraba suciedad, hojas secas y una estúpida aprensión mía

10°MENCION
LA PESADILLA- FRANCA SCATURCHIO

“ Carlos, amor, estás durmiendo? “Claudia acompaña la pregunta con un beso sonoro en la mejilla. “Carlos, despierta”.
El finalmente se sacude, abre los ojos, la ve y se sonríe… ”No, no dormía, estaba pensando…”. 
“¿Pensando en qué? ¿En mí?, pregunta Claudia con coquetería. “Sí, en ti… pensaba en lo mucho que te quiero“. Claudia se ríe feliz y vuelve a besarlo.
En realidad, él estaba pensando en hacerle un regalo, sí, el próximo sábado festejarán  los veinticinco años de casados y  quiere sorprenderla con algo especial…  El no es bueno con los regalos sorpresa...
 Siempre le pidió que ella misma eligiese  lo que más le gustaba  (por supuesto que Claudia   hubiera preferido la sorpresa).
Para Navidad, bajo el arbolito, había paquetes sorpresa para todos y de parte de todos… y estaba también el regalo de Carlos, que ella misma envolvía con papel de colores y escribía la tarjeta: DE CARLOS PARA CLAUDIA. Y siempre era así: cumpleaños, aniversarios, fiestas… Pero esta vez… veinticinco años, ¡es una fecha muy especial!
Y llega el sábado. Lucho, el hijo, organiza la fiesta. Parientes, amigos, músicos, ¡cuánta gente! 
Carlos está feliz, ¡tiene una sensación de plenitud que lo conmueve hasta las lágrimas! Claudia, a su lado, se ríe con ganas, ¡ella también está feliz! Todos los invitados los rodean.
Lucho se abre paso cargando una enorme torta con veinticinco velitas encendidas cuyas llamitas temblorosas asemejan pequeños duendes bailando… Carlos también tiembla cuando tomándole la mano, le pone al dedo su primer regalo sorpresa: un anillo con un pequeño auténtico rubí. 
“Te quiero tanto”, los dos murmuran al  unísono, ¡felices!”.
“Carlos, despierta”. Claudia lo sacude con suavidad volviendo a besarlo en la mejilla, lo mira con ternura: qué estará soñando… parece feliz, pobre mi amor…


Le diagnosticaron demencia vascular, debido a varios ACV,  y desde hace ya un año está internado aquí, en una clínica geriátrica. Claudia va todos los días para acompañarlo a la hora del almuerzo. Ya no puede comer solo, ella le acaricia la cara…y él se despierta… Su mirada recorre el lugar, se detiene en  el rostro  angustiado de Claudia… No la reconoce… Se acerca una enfermera. Al verla se agita, sacude la cabeza con desesperación, cierra fuertemente los ojos, como queriendo borrar lo que ve… murmurando: “No, ¡otra vez la pesadilla!”.




No hay comentarios:

Publicar un comentario