miércoles, 29 de julio de 2015

SEGUNDA MENCION ALICIA LEONOR ORLANDO - DIETA LIGERA

DIETA LIGERA

                         Me pareció que iba a darle un síncope. Fue un milagro no ocurriera, especialmente conociendo las circunstancias.
-Flora, no te pongas así – le dije - ese tipo de cosas se hacen sin pensar, a veces por desesperación. Mirá, traje algunas,  las puse en el balcón y estallan en verdes. Cuanta razón tenés al decir que las plantas están en actividad día y noche, que respiran y que sin verdor son como la carne sin sal.
No respondió. Se marchó dando un portazo.

                          Días antes de viajar, Flora dejó sus plantas a mi cuidado. Acepté con extrema prudencia, pero, hasta las decisiones tomadas con extrema prudencia pueden comprometer a las personas.
Me hice cargo del invernadero sin conocerlo. Al entrar en él, tuve la impresión de estar en el trópico.
Flora había dejado un cuaderno con indicaciones: riego, poda, horas de luz, uso de abonos, plaguicidas, etc, etc,  nada del otro mundo, y el número de su celular.
Terminadas las tareas, en los atardeceres, recostada en la hamaca paraguaya, saboreaba un rico té y disfrutaba de la serenidad del lugar, esa serenidad de la que hablaba Flora, cuando cansada de  experimentar con la botánica, destinaba el resto del tiempo a gozar la belleza de sus colecciones de  bonsáis, de cactus de México, de orquídeas del Tibet, clasificadas con sus nombres vulgares y sus correlativos en  latín o griego.
Todo fue serenidad hasta aquella tarde, cuando las hojas de una Darligtonia Gigantis, vulgarmente llamada Lirio Cobre, extendieron pelos gelatinosos sobre el Enebro de ciento y pico de años (según decía el cartel), y  a modo de pequeños pulpos, los pelos envolvieron  un colibrí.
Tratando de rescatar tan delicada criatura, los pelos gelatinosos se  enredaron con los de mi cabeza.
El olor  repugnante del Lirio Cobre, la sofocante humedad del ambiente, el sentirme prisionera  y la aparición de Filo, terminaron por  aturdirme.
Mil veces me he hecho la misma pregunta  -Si Filo no hubiera llegado, y yo hubiera  tenido tiempo de llamar a Flora desde el celular, lo otro habría ocurrido.
Filo surgió como por generación espontánea, husmeando, demorándose. Apretaba contra el cuerpo un frasco de vidrio oscuro. Al verme se detuvo azorado, golpeteó el frasco con los dedos, hizo un gesto como diciendo que no me moviera, abrió el frasco y volcó parte del contenido en mi cabeza.
-¡Qué ha pasado! – dijo. Y agregó- Por favor no hable.
Su presencia en lugar de darme alivio me alteró, preguntó que había pasado y no me dejó hablar. Aunque, sin Filo no hubiera podido desenredarme de la Lirio, pero, ¡arrojar bichos sobre mí cabeza, fue algo asqueroso!
- Filisberto  López, puede llamarme Filo.- se presentó y dijo algo que en ese momento no creí. Dijo, estar encargado de alimentar las plantas carnívoras.
- En el cuaderno, Flora no hace referencia a plantas carnívoras – dije.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                 
Se alzó de hombros como si tal cosa  y poniéndose de rodillas, en una suerte de ritual, recogió el frasco y  echó el resto de su contenido sobre  la Lirio
2
La planta,  a modo de serpiente erguida, con una especie de lengua bífida le arrancó el frasco, lo tragó. Y supuestamente insatisfecha, se desquitó con Filo.
Él, no se esforzó por salir de la mise en scene. Sin desagrado se dejó rozar, mejor dicho “lambetear”. Sus mejillas se comprimían hacia arriba, la nariz se torcía, el maxilar inferior se ladeaba. Transfigurado y todo,  sonreía, con sonrisa obscena, un tanto feroz, como un actor de los llamados malditos.
Sin dirección ni referencia me desmayé. Cuando volví en mí, estaba embotada.
- Filo – llamé.
Nadie  respondió. Busqué mi celular, no lo hallé.
A pesar del embotamiento, que no fue breve, hice  conjeturas.
  • Yo tuve la culpa…no, la culpa fue suya...debió pensar en las consecuencias... yo no sabía  de las plantas carnívoras, él sí sabía.
           Lo imaginaba descabezado, prendido a la planta por los talones, deshecho.
          Cerca de mí, había una pala o una azada, no recuerdo con exactitud, la alcancé  a manotazos e intenté con ella abrir la boca de la serpiente vegetal. Después de un quejido corto,  la planta eructó restos de alas, de patas, de antenas y un líquido espeso que me dejó casi ciega.
Escapé del invernadero en cuatro patas, a tientas llegué al garaje, encontré fósforos y una damajuana, olía a nafta, la cargué, pesaba.
La  noche parecía caer  como un presagio, el resto vino por añadidura.
En la puerta del invernadero; volví la cabeza a un crujido como  de pisadas,  supongo que imaginarias, porque no vi a nadie. Trastabillé y al  perder el equilibrio, la  damajuana cayó de mis manos.
No me extenderé en detalles, encendí un fósforo, téngaseme consideración, no veía nada.
Sí, señor, la nafta se prendió, las  llamas alcanzaron las ventanas, los cristales estallaron, se derrumbó parte de una de  las paredes y del techo.
Después me enteré que el cuidador de la quinta El Remanso, vecina al invernadero, oyó la explosión y llamó a la comisaría. Y al ver el incendio avisó a los bomberos.
No había suficiente agua o faltaba presión, o todo era lo mismo, de modo que tardaron en apagar el fuego.  ¡Salía un tufo a sustancia ácida,  a podredumbre!
En medio de la catástrofe, fue increíble, Fito apareció en una ambulancia. Había ido en  busca de ayuda cuando me desmayé. En la misma ambulancia llevaron al cuidador de El Remanso con principio de asfixia.
Flora regresó al mes siguiente. No creyó nada de cuanto le conté, me recriminó no habérselo hecho saber inmediatamente. –¿No tenías celular, acaso?- dijo.                
           
                 Por ahora el lugar ha quedado con una sombría belleza de bosque nebuloso. Los desprendimientos ocasionales, absolutamente impredecibles, lo vuelven continuamente distinto.

 No deja de tener su encanto.

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