martes, 28 de julio de 2015

TERCERA MENCION - MARIA ROSA RZEPKA - DEL SUR AL SUR

Del sur al sur

Comienzos del siglo XX.  En el sur de Italia la tierra se sacude.  El Vesubio vigila desde su cráter, ávido de sembrar el desconcierto.
Los pueblos diseminados aquí y allá intentan encerrarse en sus callejuelas, tratando de protegerse de los terremotos, de que lo poco que hay alcance para alimentar las bocas ese día y la noche permita un sueño reparador que aleje por unas horas las preocupaciones, las carencias.
Giovanni perdió a su esposa cuando el parto de su décimo hijo.  Tendrá que afrontar la situación como sea, los siete hermanos solo cuentan con su padre. Los otros tres acompa ñarán desde algún lugar a la madre que con treinta y tres años es una más de las cruces blancas del pequeño camposanto, no muy alejado del pueblo.
Giovanni por fortuna, tiene un empleo con sueldo oficial, es quien se ocupa del faro que desde la bahía proyecta sus haces de luz guiando a los pescadores y sus redes, marcando la distancia hacia las costas. Acercando la tibieza de la tierra firme hasta esas barcazas donde el esfuerzo, el coraje y las olas son los protagonistas de cada salida al mar en busca del sustento.
Desde el faro, Giovanni cumple rutinaria y eficazmente la tarea. Que todo esté presto y en orden. Siente orgullo por su trabajo, aun en medio de la soledad.
Poco a poco la vida se va encaminando. Los muchachos crecen, los destinos se dibujan en el mapa que cada uno trae diseñado.                                                                                                Giovanni no afloja, sabe de sus responsabilidades. Sueña con un futuro mejor aunque la situación de la Europa de ese entonces está pintada con grises, los grises de la pobreza.            Y el olor de la guerra que se avecina.
Uno de sus hermanos que se enrolara en el ejército, había cumplido con el servicio militar por tres períodos, de esta manera cumplía con la patria por él y por dos de sus hermanos menores, pasando seis años de su juventud bajo bandera. Es el primero que se anima a cruzar "il longo mare". América promete. Por algún designio es Buenos Aires, en la dis- tante Argentina quien lo recibe. Consigue un empleo como tantos otros que llegan a estas tierras en ese entonces. Barcos a vapor traen en sus enormes panzas corazones esperanza- dos que llegan como mariposas en primavera. Muchos deberán esperar en el Hotel de los Inmigrantes a que les asignen un lugar para quedarse, otros más afortunados llegan con la dirección de un pariente o paisano que los recibirá.
Uno a uno van zarpando desde el fondo de la bota italiana los hijos de Giovanni, alentados por él, empujados en busca de un futuro de duro trabajo y bienestar en la América. Allá estará su tío para recibirlos.
Con cada partida, Giovanni desde el muelle abandona su disfraz de hombre fuerte y deci- dido que alienta a sus pichones para que alcen vuelo. Cuando el vapor es solo una sombra en el horizonte, rompe a llorar por esa nueva copa vacía.
Pero si Dios así lo quiso, así debe ser.
Llega el momento en que su única compañía es la menor de las hijas, Catalina. Entonces toma la decisión,  difícil, pero convencido a la vez de que no quiere terminar su vida con una jubilación de guardafaros, si es que alguna vez lo consigue. Se embarca el también rumbo a la Argentina con su hija Catalina, ya adolescente. Su compañera y a la vez su preo cupación. Una muchacha no puede andar sola, menos en un mundo en guerra.
La América no resulta ser la panacea capaz de ocultar los sufrimientos, pero ofrece bienes- tar a quienes consideran al trabajo la llave de las oportunidades.
Se establecen en una casa chorizo, parecida en su planta a las viejas villas romanas, pero sin la suntuosidad de aquellas. Varias habitaciones independientes entre sí dan a un patio inte- rior, por lo general no solo se comparte el baño, sino también la cocina.
Giovanni no abandona su espíritu de guardafaros, esa casa ubicada en el barrio de Flores, recibe y cobija a tantos tanos que van llegando a este rincón del sur.                                           Así es como un día como cualquier otro, David, un muchacho cansado de soportar el autoritarismo de un padre que lleva el hogar con extrema rigidez, y la enfermedad de un hermano del que debe hacerse cargo a sol y a sombra,  con la rebeldía propia de la juven- tud, abandona esos campos en que los olivares no eran solo la fuente de subsistencia sino parte de la pesada carga impuesta por el padre y llega a la casa del barrio de Flores, la casa de Giovanni. El también viene del sur de Italia.
Pronto David aprende el oficio de zapatero, se enamora de la música clásica y también de  Catalina. La mujer que necesitaba para completar su historia.
Se casaron como era entonces, sencillamente, prolijamente, y comenzaron a soñar de a dos hasta que llegó Francisco, el primer hijo. El patio entonces cambió de colores.
Giovanni lo disfrutaba desde su madurez, desde su calma, desde su tranquilidad por la labor cumplida. Y desde sus miedos porque nada malo le ocurriera. El que sabía de tragedias, ahora estaba pendiente de cualquier llanto o rezongo del nieto.

Dos meses antes de nacer Anita, Giovanni partió a reunirse con la otra Anita, aquella que no llegó a ser abuela. Aquella que con sus treinta y tres años, como Cristo, dejó plantadas sus semillas sin imaginar entonces que florecerían tan lejos de su aldea. Pero bajo el mismo sol y las mismas estrellas.

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