Como en los
cuentos...¡Casi increíble!
Como la anécdota que
nos asombra
es esta historia de
amor, los versos
de una carátula
vivida en prosa.
Fue en una noche de
plenilunio
cuando el otoño
cimbreó en la fronda
y le dio al parque la
sinfonía
en la hojarasca que
se hacía alfombra.
Y era que se era una
pordiosera
greñosa y sucia,
trastera y sola
que sobre un banco
ponía su hastío
y de silencio cubría
sus horas.
Había olvidado su
edad. Su vida
era ...¡lo que era!
No había memoria
que le doliera ni le
alegrara.
¡Quién recordaba a la
pobre Antonia!
Pero, esa noche, el
vagabundo
que día tras día
fuera su sombra,
puso en sus ojos su
gris mirada
y en su regazo dejó
una rosa.
Del desconcierto a la
carcajada
hubo un silencio
lleno de incógnitas.
¿quién era ese
hombre? ¿Duende, payaso,
Rey o emisario de la
corona?
El desastrado irguió
la ruina
de sus espaldas y oliendo a escoria,
bajo la rota chaqueta
arcaica,
fue a conquistarla
como a una novia.
-Yo soy- le dijo- ¡lo
que tú quieras!
Seré el esclavo de
tus limosnas.
por ti yo dejo
pitillo y tinto.
No ha de faltarte pan
y cebolla.
¡Vente conmigo! que
este Don nadie
te ha hecho un
espacio en su mazmorra.
No pasa el agua ni
pasa el viento,
serás mi Reina
Zarrapastrosa.
Echado a un lado, su
perro flaco
le aulló a la luna,
lamió su cola
y puso el diente
sobre las pulgas
que aunque famélicas
eran acróbatas.
En tanto ella fue
recordando
de su pasado todas
las cosas:
sus fantasías y sus
pasiones
en la arrogancia de
ser hermosa.
Se vio de nuevo sobre
las torres
que el tiempo quiso
volverle estopa
y, por su suerte,
golpeando puertas
que respondían, ¡ya
no eres moza!
Desde sus lágrimas
miró al mendigo
que la observaba como
a una Diosa...
y el banco pétreo que
la aguantaba
se le hizo un trono
tallado en roca.
Celando, el hombre
extendió su mano.
Se paró el perro en
su pata coja,
y fue para ella cual
fiel caballo
dispuesto al yugo de
su carroza.
¡Ya no dudaba! Abrió
los brazos
y cuando el viejo
exclamó-¡Señora!...
sintió que su alma se
despertaba
para besarlo sobre la
boca.
Y por la senda de la
miseria,
aquel Don Nadie llevó
a su Antonia,
quien dejó pruebas de
lo ocurrido,
pues sobre el banco
olvidó la rosa.
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