sábado, 28 de diciembre de 2013

SEGUNDO PREMIO CUENTO CASTELLANO-- EL HALLAZGO


SEGUNDO PREMIO CUENTO CASTELLANO - EL HALLAZGO
 ISABEL PASCERI DE LUQUE - BUENOS AIRES.


                                      EL HALLAZGO


Hacía varios años que no visitaba mi pueblo, por lo que una vez que todos mis parientes y amigos pasaron por la casa de mis padres a saludarme, decidí tomar mi cámara fotográfica  y solita me largué por las calles del pueblo a tomar algunas fotos.

Deseaba abrazar los árboles de la plaza, saludar la “fontana” y volver a sentirme niña recordando… Habían sido reemplazados  los árboles por otros mucho mas delgados. La fontana,  me  miraba con un poco de pudor, como si lo que le había sucedido fuese culpa de ella. Estaba bastante deteriorada y manchada de oxido, lo cual no impidió que me acercara a ella, y emocionada mis labios depositaron un afectuoso beso en sus labios de acero.
El río Scorzone, que dividía el pueblo en dos,  con sus gorgogeos, me contó todo lo que había pasado durante mi ausencia.
Cada callecita me recordaba algo de mi infancia. Algunas habían cambiado.
En la calle principal se habían instalado varios negocios con pretensión de “Shopping” pero en realidad las calles que me producían una cierta emoción eran las que seguían manteniendo las casas bajas y los añosos árboles de acacia, que en primavera cuando florecían, inundaban todo el barrio con su exquisito perfume.

Ese día había mucha humedad y los adoquines de la calle se encontraban mojados.
De repente veo algo en el suelo, algo que había sido pisado y embarrado. Hice el ademán de agacharme y levantar esa especie de figurita, pero me detuve ¿para que quiero una figurita toda sucia pensé? Pero algo similar a una fuerza oculta me impulsaba a levantarla y así lo hice. Elegí el momento que nadie me miraba y rápidamente la levanto, era una pequeña figurita en cuero repujado. La limpié con el dorso de la mano y vaya sorpresa……Lo que yo tenia en mis manos, allí en un pequeño pueblo del sur de Italia, era nada menos que una imagen de Martín Fierro.

Me embargó una gran emoción, ya que seguramente en ese pueblo nadie conocía ese personaje, pero yo me sentía como la capitana vencedora de una batalla gaucha.

Apoyé sobre mi pecho la imagen y mirando a metros de donde yo estaba, apoyado a un árbol, alguien me sonreía con benevolencia y gratitud. Complacida le devolví la sonrisa a Don José Hernandez.

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