sábado, 28 de diciembre de 2013

TERCERA MENCION, NOBLE AURORA


TERCERA MENCION, CUENTO CASTELLANO
NOBLE AURORA
SALVADOR ROBLES MIRAS. -ESPAÑA


Noble, el perro labrador de la niña Aurora, envuelto en una toquilla azul de encaje, fue enterrado en el huerto de la vivienda familiar, bajo la sombra de un almendro, horas después de ser atropellado por una furgoneta cuando cruzaba la calle persiguiendo la pelotita de goma que, con escasa prudencia, le había lanzado su dueña. 
A la semana, un fino manto verde cubría la tierra bajo la que descansaban los restos del animal.
            Mientras tanto, la pena de la niña, quien se sentía culpable de la muerte de Noble, lejos de remitir con el paso de los días, se incrementó hasta los límites del infinito.  
Los padres de Aurora, consternados al principio y preocupadísimos poco después, en vista de que, transcurridas dos semanas desde el atropello, la niña, abismada en una profunda melancolía, no daba síntomas de recuperación, decidieron acudir a la consulta del prestigioso psicólogo infantil Bartolomé Fuentes. Éste, con un discurso plagado de tecnicismos y vocablos ampulosos, les vino a decir a los atribulados progenitores que se armaran de paciencia unas semanas más.
            -Cada cosa a su tiempo –sentenció el psicólogo, recurriendo por primera vez a unas palabras inequívocamente inteligibles-. El período de duelo varía en cada persona, con mayor motivo en el caso de una niña de siete años. 
            -Y si su estado de ánimo no mejorase en pongamos que otros quince días, ¿qué podríamos hacer? –inquirió la madre, presa de la ansiedad.
            -Si, para entonces, su hija no ha salido del marasmo, implementaremos unas medidas ‘ad hoc’. 
            -¿Implementaremos? ¿Marasmo?
-Pondremos en práctica un tratamiento apropiado para combatir la tristeza pertinaz  de la pequeña –tradujo el psicólogo.
-Ah, sí, un tratamiento para la tristeza… Y ese algo, ¿qué será?
            -Recurriremos a la terapia.
            -Pobrecita. Sólo es una niña.
            -Señora, la terapia se fundamentará en la muestra de unos iconos disímiles acompañados de los pertinentes mensajes susceptibles de deshacer  el nudo de la aflicción. No se preocupe. Una cosa sencilla.
            -¿Y si le compráramos otro perro? –preguntó de repente el padre,  quien  hasta ese momento había permanecido mudo, con la barbilla hundida en el pecho, quizá noqueado por el torrente de vocablos rimbombantes expelidos por el terapeuta. 
            A Bartolomé Fuentes le centellearon los ojos, como si el progenitor de la niña le hubiese revelado la solución de un complejo acertijo psicológico.
            -¡Genial!  Ha dado usted en la diana. Cómprenle otro cachorro. A veces, las obviedades se nos escapan por entre los intersticios que dejan los acoplamientos sinápticos mientras nos engolfamos en trascendentales reflexiones, como ha sido mi caso.
            Cuando el hombre y la mujer llegaron a casa y le plantearon a su hija la posibilidad de adquirir otro perro, a Aurora no le hizo ni pizca de gracia la sugerencia, más bien le disgustó.
            -Sólo quiero a Noble.
            Descartada temporalmente la opción del otro chucho, los padres confiaron en que el paso de los días devolviera a la niña la alegría perdida, y, así, no tuvieran que
 someterla, a sus  pocos años, a una psicoterapia que, pese a las palabras del doctor Fuentes o precisamente a causa de ellas, les producía bastante aprensión.
            Una mañana, un mes después del accidente, en su visita diaria a Noble, a la niña se le ocurrió súbitamente arrancar algunas de las briznas de hierba que crecían sobre la tumba del animal y pegarlas en una lámina siguiendo los contornos de uno de los muchos dibujos que había hecho del difunto perro. Cuando contempló la figura con unos ojos preñados de amor, Aurora sintió que la esencia de Noble se encontraba esparcida por la cartulina, y que, por lo tanto, a partir de ese momento, el animal no yacería exclusivamente bajo las raíces del almendro; una parte de él iría con ella a casi todos sitios, lejos de la oscuridad de las entrañas terrestres.
            La niña, orgullosa de su sublime obra, entró en el salón de casa  enarbolando la lámina como si se tratara del estandarte de la familia.
-¿Qué veis aquí? –les preguntó a sus padres.
            -Unos hierbajos que representan la silueta de un perro –dijo la madre.
            -Es Noble y está dibujado con las mismas hierbas que crecen sobre su tumba.
            -¿Noble, éste? –preguntó irónicamente el padre mientras examinaba con indisimulado desdén la figura que campeaba en el papel.
            -Pues claro que es Noble –intervino la madre mientras propinaba un leve puntapié a su marido-. Parece mentira que no lo hayas reconocido, Santiago.
            -Deja que lo vea de nuevo –el padre se restregó los ojos, y simuló fijarse con más detenimiento en la imagen-.  Si no lo veo, no lo creo. ¡Es el vivo retrato de nuestro Noble!
            -¡Sí, lo es! –repitió la niña mientras salía del salón dando brincos.
Aquella noche, persuadida de que el perro velaría su descanso, Aurora colocó con sumo cuidado el dibujo de Noble debajo de la almohada de la cama.
Acunada durante el sueño por una dulce nana canina, fue la primera vez en las últimas semanas que la niña durmió de un tirón. Soñó con un angelito de cuatro patas que correteaba, sin sobrepasar las lindes del patio, tras la pelotita de goma que le arrojaba con muchísima cautela su dueña.
Cuando la luz del alba barrió las sombras de la habitación, a las siete de la mañana, unos lengüetazos en la cara y unos tímidos ladridos despertaron de sopetón a Aurora. Sobre el pecho tenía a un perro, otro perro, muy parecido a su añorado Noble, que la miraba con unos ojos preñados de ternura. La pequeña lo estrechó contra el pecho y lo cubrió de besos.
-¡Buenos días, mamá! –saludó la niña, al cabo de unos pocos minutos,  irrumpiendo en la cocina con el animalillo entre los brazos.
-Guau –ladró Noble Segundo.  
            -¿De dónde ha salido ese chucho? –preguntó la madre, soltando de la impresión la magdalena remojada en café con leche que dirigía hacia su boca.           
-Del sueño –respondió Aurora mientras Noble Segundo le lamía los ojos.



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