TERCERA MENCION, CUENTO CASTELLANO
NOBLE AURORA
SALVADOR ROBLES MIRAS. -ESPAÑA
Noble, el perro labrador de la niña Aurora, envuelto en una
toquilla azul de encaje, fue enterrado en el huerto de la vivienda familiar,
bajo la sombra de un almendro, horas después de ser atropellado por una
furgoneta cuando cruzaba la calle persiguiendo la pelotita de goma que, con
escasa prudencia, le había lanzado su dueña.
A la semana, un fino manto verde
cubría la tierra bajo la que descansaban los restos del animal.
Mientras
tanto, la pena de la niña, quien se sentía culpable de la muerte de Noble, lejos de remitir con el paso de
los días, se incrementó hasta los límites del infinito.
Los padres de Aurora,
consternados al principio y preocupadísimos poco después, en vista de que,
transcurridas dos semanas desde el atropello, la niña, abismada en una profunda
melancolía, no daba síntomas de recuperación, decidieron acudir a la consulta
del prestigioso psicólogo infantil Bartolomé Fuentes. Éste, con un discurso
plagado de tecnicismos y vocablos ampulosos, les vino a decir a los atribulados
progenitores que se armaran de paciencia unas semanas más.
-Cada cosa
a su tiempo –sentenció el psicólogo, recurriendo por primera vez a unas
palabras inequívocamente inteligibles-. El período de duelo varía en cada
persona, con mayor motivo en el caso de una niña de siete años.
-Y si su
estado de ánimo no mejorase en pongamos que otros quince días, ¿qué podríamos
hacer? –inquirió la madre, presa de la ansiedad.
-Si, para
entonces, su hija no ha salido del marasmo, implementaremos unas medidas ‘ad
hoc’.
-¿Implementaremos?
¿Marasmo?
-Pondremos en práctica un
tratamiento apropiado para combatir la tristeza pertinaz de la pequeña –tradujo el psicólogo.
-Ah, sí, un tratamiento para la
tristeza… Y ese algo, ¿qué será?
-Recurriremos
a la terapia.
-Pobrecita.
Sólo es una niña.
-Señora, la
terapia se fundamentará en la muestra de unos iconos disímiles acompañados de
los pertinentes mensajes susceptibles de deshacer el nudo de la aflicción. No se preocupe. Una
cosa sencilla.
-¿Y si le
compráramos otro perro? –preguntó de repente el padre, quien
hasta ese momento había permanecido mudo, con la barbilla hundida en el
pecho, quizá noqueado por el torrente de vocablos rimbombantes expelidos por el
terapeuta.
A Bartolomé
Fuentes le centellearon los ojos, como si el progenitor de la niña le hubiese
revelado la solución de un complejo acertijo psicológico.
-¡Genial! Ha dado usted en la diana. Cómprenle otro
cachorro. A veces, las obviedades se nos escapan por entre los intersticios que
dejan los acoplamientos sinápticos mientras nos engolfamos en trascendentales
reflexiones, como ha sido mi caso.
Cuando el
hombre y la mujer llegaron a casa y le plantearon a su hija la posibilidad de
adquirir otro perro, a Aurora no le hizo ni pizca de gracia la sugerencia, más
bien le disgustó.
-Sólo
quiero a Noble.
Descartada
temporalmente la opción del otro chucho, los padres confiaron en que el paso de
los días devolviera a la niña la alegría perdida, y, así, no tuvieran quesometerla, a sus pocos años, a una psicoterapia que, pese a las palabras del doctor Fuentes o precisamente a causa de ellas, les producía bastante aprensión.
Una mañana,
un mes después del accidente, en su visita diaria a Noble, a la niña se le ocurrió súbitamente arrancar algunas de las
briznas de hierba que crecían sobre la tumba del animal y pegarlas en una
lámina siguiendo los contornos de uno de los muchos dibujos que había hecho del
difunto perro. Cuando contempló la figura con unos ojos preñados de amor,
Aurora sintió que la esencia de Noble
se encontraba esparcida por la cartulina, y que, por lo tanto, a partir de ese
momento, el animal no yacería exclusivamente bajo las raíces del almendro; una
parte de él iría con ella a casi todos sitios, lejos de la oscuridad de las
entrañas terrestres.
La niña,
orgullosa de su sublime obra, entró en el salón de casa enarbolando la lámina como si se tratara del
estandarte de la familia.
-¿Qué veis aquí? –les preguntó a
sus padres.
-Unos
hierbajos que representan la silueta de un perro –dijo la madre.
-Es Noble y está dibujado con las mismas
hierbas que crecen sobre su tumba.
-¿Noble, éste? –preguntó irónicamente el
padre mientras examinaba con indisimulado desdén la figura que campeaba en el
papel.
-Pues claro
que es Noble –intervino la madre
mientras propinaba un leve puntapié a su marido-. Parece mentira que no lo
hayas reconocido, Santiago.
-Deja que
lo vea de nuevo –el padre se restregó los ojos, y simuló fijarse con más
detenimiento en la imagen-. Si no lo
veo, no lo creo. ¡Es el vivo retrato de nuestro Noble!
-¡Sí, lo
es! –repitió la niña mientras salía del salón dando brincos.
Aquella noche, persuadida de que
el perro velaría su descanso, Aurora colocó con sumo cuidado el dibujo de Noble debajo de la almohada de la cama.
Acunada durante el sueño por una
dulce nana canina, fue la primera vez en las últimas semanas que la niña durmió
de un tirón. Soñó con un angelito de cuatro patas que correteaba, sin
sobrepasar las lindes del patio, tras la pelotita de goma que le arrojaba con
muchísima cautela su dueña.
Cuando la luz del alba barrió las
sombras de la habitación, a las siete de la mañana, unos lengüetazos en la cara
y unos tímidos ladridos despertaron de sopetón a Aurora. Sobre el pecho tenía a
un perro, otro perro, muy parecido a su añorado Noble, que la miraba con unos ojos preñados de ternura. La pequeña
lo estrechó contra el pecho y lo cubrió de besos.
-¡Buenos días, mamá! –saludó la
niña, al cabo de unos pocos minutos,
irrumpiendo en la cocina con el animalillo entre los brazos.
-Guau –ladró Noble Segundo.
-¿De dónde
ha salido ese chucho? –preguntó la madre, soltando de la impresión la magdalena
remojada en café con leche que dirigía hacia su boca.
-Del sueño –respondió Aurora
mientras Noble Segundo le lamía los
ojos.
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