viernes, 27 de mayo de 2016

PRIMERA MENCION RELATO- CASTELLANO

Verdad, consecuencia. -- LORENA BRITO

     “Mentira. A ellos realmente no les importa. Es un show para cubrir apariencias. Para mantener sus beneficios y status. Ja ja, me quieren convencer…  ¡A zorro viejo con ese cuento!”
Él mantenía la presidencia de la empresa y la edad estaba limitando su poder. ¿Poder? Sí. Dinero, influencias, decisiones que día a día implicaban no sólo ganancias monetarias, sino cambios, pequeños pero tan importantes que ayudan al mundo a ser mejor.
“¿Pero qué van a entender éstos de ayuda? ¡Si jamás movieron un dedo por nadie más que por sí mismos!”  Siempre era la misma historia. Señor acá, Señor allá. Cerca sólo por ambición. Ni su único hijo pudo escapar a esa enfermedad. Ahora pretendía separarlo de lo suyo. Manejar todo a su antojo y relegarlo a un rincón en el que no pueda opinar ni molestar. Tantos años de trabajo para que vendan todo y los empleados que realmente llevan adelante la compañía se queden en ascuas.  “Si hubiera algún modo de asegurar sus puestos… Me vendría bien un descanso.” Pero enseguida desechó la idea.
     Esa mañana había dejado su sencillo departamento antes del horario acostumbrado.  Necesitaba algo de bullicio. Cruzó la calle y se sentó en un banco de la plaza, debajo de un gran jacarandá que rebosaba de flores, a escuchar el canto de los pájaros. Era noviembre, pero estaba seguro de que esa brisa de madrugada conservaba el frío del último invierno para él.
Y la vio.
La vio escribiendo en un cuadernito anillado.
“Raro. No tiene un celular en la mano. Una imagen anacrónica.”
Todos sus pensamientos acerca de la empresa y su futuro se desvanecieron y dieron paso a una curiosidad cada vez mayor que apenas pudo disimular. Pocos momentos le regaló el destino para apreciarla, pues ella guardó sus cosas, consultó la hora en su reloj y se fue caminando hacia la escalera que bajaba al subte. Quiso seguirla pero la perdió pronto entre la gente que, apurada, comenzaba a invadir la ciudad.
Cuánta desazón… claro, con su juventud… ¿cómo pretendía alcanzarla?
Y resulta que ahora la tenía delante de sí. Allí. En medio de la junta. Silenciosa y tan atractiva como en la mañana. Hasta conservaba la frescura del amanecer y ese escote que le provocaba cierto vértigo. Asistente de quien intentaba quedarse con su imperio.
“Bah. Todos iguales. Todos. Ella también.” Mas lo envolvía su aroma suave y lo hacía descreer de sus pensamientos. Miraba sus manos finas posándose sobre la pantalla de la tablet con la delicadeza de un suspiro.
     Los acuerdos no se lograban. Su hijo lo presionaba y en su pecho comenzaba a sentir un agotamiento desconocido. No podía concentrarse, enfocarse en su trabajo como toda la  vida había hecho.
Pasaron dos días. Al tercero volvió a salir temprano. La misma plaza. El mismo banco. La misma imagen: ella escribiendo. Y sus cabellos caían sobre esos hombros que, definitivamente, quería probar.
Esta vez se acercó. Ya no era una desconocida, pese a no haber intercambiado más que una fría presentación.
Tenía una voz sedosa que le dio la bienvenida a una situación inesperada: se escuchó a sí mismo amable y cálido. Alegre como hacía décadas no se había sentido.
-¿Escribes?- le preguntó.
-Es mi modo de escapar a lo cotidiano. A la obligación- y quedó con la mirada perdida hacia el césped aún húmedo de rocío.
No hablaron de la empresa. Sí de la vida, la ciudad, el mundo y el arte.
-¡Oh, la hora! Debo irme, adiós.- Y se alejó en idéntica dirección que días atrás. Él la miró correr bajo una fina llovizna que antes hubiera detestado.
Pero los encuentros se hicieron diarios y el primer adiós se convirtió en hasta pronto, hasta mañana y hasta luego. Con el correr de los días ambos sintieron el deseo de verse y escucharse. Sonidos que vibraban en el alma.
Sin imponerse, la situación de la empresa fue haciéndose presente en la conversación hasta que  juntos reflexionaron las posibilidades, ventajas y desventajas.
-¿No te das cuenta- decía ella- que tenés en tus manos la llave de la libertad? Qué más podría yo desear sino el hecho de no estar atada a una rutina estricta, a una necesidad de ganar el pan para no pasar hambre, retornar a un lugar ajeno al que no puedo llamar hogar, y por eso tolerar humillaciones o desplantes desubicados, soportar a los que se creen más a pesar de la preparación y el esfuerzo personal…
-Soledad. Tengo la llave de la Soledad. Ahora al menos me consideran y respetan. Conozco a cada empleado. Sus vidas y anhelos. Siempre intenté sentirlos algo así como una familia. Sin la empresa… ¿qué soy?
-Alguien que podría disfrutar sin rendir cuentas, recorrer el mundo para apreciarlo y seguir aprendiendo, enseñar a otros a emular su éxito pero no sus errores.
-Me siento agobiado. Quizás tengas razón.
Quedaron prendados uno del otro en una mirada infinita.
Habían encontrado la excusa perfecta para alejarse. Habían encontrado su fénix.

     Tras duras negociaciones (pues no era cuestión de hacerle fácil el camino a la ambición) en las que incluía una especial atención a sus empleados, y una renta no cuantiosa, pero suficiente para sí. Él fue abriendo sus horizontes a nuevas sensaciones y experiencias… similares a aquellas que le habían dado ímpetu en su juventud.
“Viajaré y daré conferencias y charlas. Seré fiel a mi idea de que los pequeños actos, pueden hacer del mundo un lugar más interesante y ameno.”

     -Misión cumplida, Señor- dijo ella a su jefe, algo desganada.
-Impresionante éxito... Pero no me sorprende. Inteligente, atractiva y audaz. Aquí está su cheque. Mañana hablaremos de su rol en la nueva gerencia – Mirando al codicioso hijo del empresario, el magnate levantó una copa a modo de brindis sobre el gran escritorio de roble lustrado. Salió de la oficina aliviada, sin preocuparse en mirar el monto escrito en el papel. No iba a dar aviso, no la dejarían ir tan fácil. Sólo un telegrama de renuncia y ya.
Volvió a su residencia y entregó el dinero. Harta estaba de los reproches. ´Acá vivís de arriba, puro gasto y nada de retribución, te criamos como a una hija y qué ganamos, en algo andarían tus padres al desaparecer sin rastro…´ ya era el colmo.
-Esto compra mi libertad. Hasta nunca.- le escucharon decir, atónitos.

Las últimas luces doradas bañaban los senderos de la plaza.
Él la esperaba en el banco de todos los días. Ella no faltó a la cita. Nunca volvieron a separarse.

     -¿¡Por qué este final?!- dijo el editor- No venderá. Habrá que cambiarlo por algo más realista, como el resto de la historia. ¿Qué joven en su sano juicio dejaría una ascendente y prometedora carrera en una empresa por quedarse con un anciano sin poder, ni progreso económico?- Con media sonrisa,  ella tomó la carpeta y se marchó. “Yo” pensó. “Y soy feliz”.

3 comentarios:

  1. Excelente relato. Tiene el ingrediente de envolver al lector en la intriga, la expectativa, la duda. Me encantó. Muy bueno!

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  2. Atrayente trama de tu relato, querida Lore. Tu pluma corre ligera también como lo hacen tus manos en el piano.
    Felicitaciones!!

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  3. Muchas gracias por los comentarios siempre son como un abrazo.

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