viernes, 27 de mayo de 2016

SEGUNDO PREMIO - CASTELLANO

Hipocresía   -- NORMA CRISTINA NOSEDA
                                                              “El desnudo de las caras puede ser el más indecente”
                                                                                  Corpus Barga
En el pueblo de Credere de pocos habitantes, donde la mayoría se conocía, vivía José Cáseres con Rosario su mujer y Guadalupe, la única hija del matrimonio
José era un próspero comerciante que vivía sin sobresaltos porque tenía un negocio dedicado a la venta de maquinarias agrícolas.
Con buen porte, voz firme y segura, inspiraba respeto. Dirigía a sus empleados y tres veces por semana se iba a un campo de varias hectáreas cercano al pueblo, que había heredado de su familia paterna. Criaba ganado vacuno y lo recorría con un tractor, hablaba con los peones y con ayuda del capataz organizaba y supervisaba todo para que funcionara bien.
Rosario era una mujer sencilla, buena esposa y madre ejemplar. Cocinaba con esmero para el gusto de cada uno. Su casa lucía impecable y cuando invitaba a los amigos a cenar, hacía banquetes tan sabrosos que denotaban su gusto por la cocina y su marido se sentía muy orgulloso por ello.
Guadalupe era una hermosa adolescente, que todavía no mostraba demasiados signos de rebeldía. Era deseada por muchos jóvenes del pueblo, pero su padre la celaba impidiendo que se acercaran demasiado.
Como buena alumna y una hija obediente, seguía los lineamientos y reglas morales que le habían inculcado.
Una noche de domingo, después de terminar las tareas de la escuela, pidió permiso para ver una película muy de moda y apta para su edad. José y Rosario, cansados se fueron a dormir y la dejaron sin contrariarla como premio a las buenas notas que había traído en el boletín.
Ella quedó sola en la sala principal de la casa, estaba muy entretenida riéndose a carcajadas con lo que veía. Se la notaba contenta, al terminar, apagó el televisor y la grabadora y trató de acomodar el video en el estante que estaba debajo de la mesa ratona. Algo se lo impedía pero en la parte de atrás, muy escondido encontró uno sin ningún título que parecía vacío. Tanta fue su curiosidad que decidió verlo sin hacer ruido. De pronto los ojos parecían salirse de las órbitas, no podía creer lo que transmitían esas imágenes.
Las lágrimas comenzaron a rozar sus mejillas, caían a borbotones y con suspiros entrecortados su pecho se agitaba fuertemente, dejándola casi sin respiración.
Trató de calmarse, apagó todo, escondió el video muy bien en el armario de su habitación y se acostó. Daba vueltas y vueltas en la cama sin poder dormir y no paraba de llorar, hasta que por fin logró conciliar el sueño.
Al día siguiente de regreso a casa, su madre le había preparado la comida con el postre de chocolate que más le gustaba. Almorzó casi sin decir palabra, tragando el sabor de la amargura. Se levantó de la mesa y fue a su dormitorio a preparar la tarea. Al pasar por la sala dejó distraídamente el video sobre la punta de la mesa. Cuando Rosario terminó de arreglar la cocina lo encontró, le pareció extraño y decidió ver si contenía algo en su interior. Tal fue la sorpresa que tragó saliva y un fuerte dolor de estómago se hizo preso de su cuerpo. Lo guardó calladamente y mascullando rabia, se fue a arreglar el jardín.
A las seis de la tarde, su marido regresó silbando  del comité donde militaba, le dio un beso y ella lo recibió igual que lo hacía siempre.
Guadalupe  no soportaba más la angustia que la invadía y decidió contárselo a su mejor  amiga, pero se arrepintió. Entonces pensó mejor hablarlo con su  madre, aunque suponía  que ella se había enterado. Igualmente desistió porque destrozaría la familia a la que todos conocían como modelo a seguir.
Esa tarde de viernes José había llegado muy eufórico y llamó urgente a Rosario y a Guadalupe para contarles una sorpresa, estaba muy feliz. Le habían propuesto ser el intendente del pueblo. Entonces, ambas esbozaron una falsa sonrisa y lo felicitaron.
Llegó el día, era un sábado por la mañana, se vistieron para la ocasión y prontamente se dirigieron  hacia la plaza central de Credere que estaba repleta de gente esperándolos. José se ubicó en el palco principal junto a su familia y correligionarios. Todos saltaban y gritaban, avivando al nuevo intendente.
Guadalupe comenzó a sentir un fuerte dolor de cabeza pero se quedó hasta el final del jolgorio. Ya no soportaba más, entonces le pidió a su madre que la dejase ir. Así fue, cuando regresaron,  la encontraron en la sala tendida en el suelo. Estaba con el video abierto y entre sus manos sostenía débilmente un cuchillo y un chorro de sangre brotaba de su muñeca derecha. A medida que su cuerpo perdía fuerza, balbuceaba, ¿por qué?¿por qué? papá. Las imágenes aparecían en su mente como flashes donde jóvenes muchachas eran sometidas a la fuerza por su padre y otros hombres. Ellos las llevaban a lúgubres  habitaciones, de una casa desconocida, donde un sexo perverso era el disfrute que colmaban sus pasiones desenfrenadas.
Ella, poco a poco se fue desvaneciendo, mientras su padre la miraba atónito. De pronto reaccionó bruscamente, le quitó el video, lo guardó y llamó a una ambulancia, su esposa               llorando lo golpeaba a puñetazos. Ya era tarde Guadalupe cerraba sus ojos para siempre.

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