sábado, 31 de julio de 2021

1°Premio de Honor- Waldemiro Americo Luchini - Estela

 Otro día que vuelvo a casa y no está ella. Pasaron dos horas y sigue en la calle. Me fastidia estar solo;

necesito que esté mi mujer; para que me sirva; para no hablar con las paredes. Esta mocosa no tiene

comparación con Estela; es callejera, vaga, ¡contestadora!

Acá llega, con un ridículo peinado en torre.

—Por fin apareces. Te dije mil veces que quiero que estés en casa cuando llego; ¡y tú nunca estás!

—Estaba en la peluquería, querido; ¿tiene algo de malo?

—¿A la hora que yo llego vas a la peluquería?

—No… Me demoré porque a la dueña le faltaron dos empleadas y me corrió el turno; si no, iba a

estar cuando llegaste; no fue culpa mía.

—Tendrías que haber dejado la peluquería para otro día.

—¿Por qué?... ¿qué necesitas?

—¡Necesito que estés en tu casa! ¡Porque no estás nunca! Si no es por hache es por be. Hoy, porque

te corrieron el turno, ayer porque te demoraron tus amigas, anteayer porque fuiste a casa de tu madre.

—¿Quieres que no vaya más a ver a mami, querido?; ella se quedó sola porque tú no quisiste que

viviera con nosotros; entonces, tiene derecho a que la visite y a disfrutarme cada vez que…

—Escucha, escucha; que esto te quede claro de una vez por todas: cuando yo llego a mi casa, tú

tienes que estar; ¡sí o sí! De hoy en adelante, no te voy a permitir más excusas ni dramas. Se terminó

este libre albedrío. Me pediste el concubinato, pero sigues haciendo la vida de soltera.

—Estás histérico, querido; te cargas en tu empresa y te descargas conmigo; no te haces el machito

con los que tienes que hacerte y te haces el machito conmigo; eres de esos tipos que se creen Dios, que

son dueños de los demás y los usan como les parece; ¡si quieren y si no quieren!

—Se fue ofendida. Seguro que va a casa de su madre, como en la última discusión, y vuelve tres días

después, como si nada. ¡Nunca más! Le cambio la cerradura a la puerta, y le llevo la ropa a la casa de su

madre. Eróticamente es genial. Fuera de eso, es inútil. Vuelvo con Estela. La ingenua cree que ésta es la

única traición que le hice, aunque toda mi vida tuve queridas; y no iba a cambiar por ella; ni por nada.

Se va a alegrar de mi regreso, porque nadie puede darle lo que yo le di; conmigo vivió como una reina

sin tener nada prohibido; lo hice para no tenerla en contra, y poder hacer todo lo que yo quería.

Aprieto el timbre de mi exhogar. Oigo desllavar la puerta, que se entreabre y queda sujeta por la

cadena de seguridad. Estela aparece en el vano.

—¡Alejandro!

—Estelita: quiero hablar contigo.

—Ahora no, Alejandro; por favor… está por llegar mi marido.

—¿Quién es tu marido?

—Humberto, mi primer novio; tú lo conoces.

—¡Bueno, no importa!; ábreme, porque quiero hablar contigo.

—Alejandro, no; por favor… va a ser para lío.

—¿Por qué para lío?; no soy un amante que viene a acostarse contigo; soy tu esposo legítimo que

viene a hacerte una propuesta que te interesará. Déjame entrar.

—No, Alejandro… por favor... Humberto a ti no te…

—Ábreme; ¿o prefieres que te pida la casa, que es mía, que no es un bien ganancial, y que no me

pagas alquiler?

Tras meditar, Estela libera la puerta de la cadena de seguridad, y la abre. Ingreso.

—Me siento en “mi sillón ”Estelita, como en nuestros buenos tiempos, ¿recuerdas?; siéntate en éste,

a mi lado; (ella lo hace); Estelita: vine a proponerte que reconstruyamos nuestro matrimonio; porque va

a ser para bien de los dos. Tú no vas a encontrar otro marido como yo; ya lo habrás comprobado en

estos siete meses; y a mí no me será fácil hallar otra compañera como tú.

—En este momento no es posible, Alejandro… porque está Humberto de por medio.

—Cómo que no es posible, cómo que no es posible. Tienes que elegir entre él o yo; nada más. Él es

un empleaducho, yo un industrial pudiente. No tienes nada que pensar. Conmigo tuviste todo lo que

quisiste; jamás te prohibí nada, ni te lo voy a prohibir. He sido un marido ejemplar; nunca te falté en

nada; cometí este solo error en seis años de matrimonio; este solo error; ¡creo que merezco otra


-1-


oportunidad!

—El tema no pasa por ahí, Alejandro… De lo que se trata… es que yo le pedí a Humberto

que viniese a vivir conmigo, porque caí en depresión cuando te fuiste; me internaron con ataque de

pánico. Humberto en esos momentos estaba solo, porque...

—¡Eso no te volverá a ocurrir, Estela!

—Otro tema, impensado, Alejandro… fue que tú no quisiste tener hijos; porque si yo...

—¿Tener hijos hoy?; ¿que no obedecen a nadie?; ¿que se drogan?; ¿que no estudian ni trabajan?;

¿que viven a costillas del padre?; ¿no ves cómo son los jóvenes hoy?

—No iba a hacerte un reproche, Alejandro; no tengo derecho a hacértelo, porque yo estuve de

acuerdo con esa condición tuya antes de que nos casáramos; por eso te dije que fue algo impensado. Iba

a decirte que… si hubiese tenido hijitos por quienes vivir, en vez de encontrarme tan sola, seguramente

no me habría pasado lo que me pasó; hubiera encontrado fuerzas para esperarte, pensando que podías

volver, como vi volver a otros hombres con sus mujeres en situaciones similares. Lo pensé muchas

veces.

—¡Te dije que eso no te volverá a ocurrir!; y te pido otra oportunidad, porque sé que no me voy a

equivocar más. ¡Lo que pasa es que no me perdonaste, y estás buscando excusas! Olvidaste muy pronto

los seis años que viviste conmigo como una reina; y es porque no me perdonaste.

—Te perdono, Alejandro, sí… Pero debes comprenderme… Si te digo que no, es solamente porque

yo le pedí a Humberto que viniese a vivir conmigo, porque la soledad me deprimía, y él accedió, y me

ayudó a salir de esos momentos difíciles… ¿te parece que podría echarlo ahora?

—No tienes por qué echarlo. Tú vienes conmigo. Él puede seguir viviendo aquí sin pagar alquiler.

Puede traer a otra mujer; la que él quiera. ¿Quieres que hable yo con él? ¿Quieres que yo solucione todo

con él? Tú no tienes que hablar una sola palabra.

—No, no... Humberto es una buena persona… Yo no puedo hacerle eso... Y menos ahora que estoy

embarazada.

—¿Cómo?... ¿Estás embarazada?

—Sí.

—¡Con eso me estás diciendo que nuestro matrimonio no puede reconstruirse nunca más!; ¿o no te

diste cuenta?

Iba a decirme algo, pero comienza a llorar.

—¡Contéstame! ¿Con eso me estás diciendo que nuestro matrimonio no puede reconstruirse nunca

más? O… ¿o crees que… todavía estás a tiempo de evitarlo?

Continúa llorando silenciosa.

Aguardo unos minutos. Comprendo la inutilidad de mi espera.

—¡Está bien! Me voy. Veo que es lo que estás esperando.

Me encamino a la puerta de calle. Ella me sigue. Salgo.

Estela cierra la puerta con una vuelta de llave. Ese “clic” significa el “nunca más” para mí. Me

enfurezco.

—¡Déjenme la casa! ¡Cuanto antes!

—Como digas, Alejandro...

Me encamino hacia mi automóvil. Pero en el trayecto me detengo porque me siento en un estado

anímico deplorable. Pienso. ¡Retorno!

Acciono el timbre. Minutos después, Estela desllava, y entreabre la puerta.

—Alejandro… ¿qué pasa?...

Sin mirarla le respondo:

—Pueden quedarse.

—Bueno… te agradezco, Alejandro.

—¡No me odies!

—No podría odiarte, Alejandro… Fuiste siempre bueno conmigo; yo provenía de la extrema pobreza.

Supongo que hice algo mal… o no supe comprenderte.

Fuera de mí, voy a mi coche, lo pongo en marcha y parto velozmente.

—¡Yo no merezco esta cachetada! ¡Se olvidó de los seis años que vivió como una reina conmigo!

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