sábado, 31 de julio de 2021

Seleccionado de Honor Relato Cuento- Sergio Gustavo Simionato -Bloqueo de escritor

 El exitoso ensayista, poeta y novelista, Rubén Cortés, padeció toda su vida bloqueo de

escritor. El extraño fenómeno psicológico que le impedía escribir, crear, inspirarse o

siquiera parecer ocurrente, lo acompañó desde la cuna hasta la tumba, de manera

ininterrumpida. Esta infrecuente manifestación, que podría tratarse como el equivalente de

una constipación de talento, tal vez sea lo más destacado de su currículum vitae. Desde sus

amaneceres, la elección de su primera palabra, “mamá”, no parece otra cosa que la

consecuencia de ello, demostrando que lo suyo no sería romper moldes, ni la ejecución de

invenciones desmedidas.

Su éxito se edificó, más bien, sobre una puntillosa conducta enumerativa, a través de una

narración realista en primera persona y tiempo presente, que sus más álgidos detractores

destacaron como lo más cercano a la “transcripción de un diario íntimo”.

Sus obras principales, de las cuales no se enorgulleció jamás, las creó a través de sistemas

mnemotécnicos y combinaciones de fórmulas tediosas y acartonadas.

Le era imposible distinguir una buena idea propia de una frase recordada en la lectura de

algún libro de cabecera. Portador de un gran sentido de la oportunidad, siempre tuvo la

capacidad innata para que se le adjudicasen párrafos que nunca inventó, incluyendo

ovaciones que no mereció.

Una de sus más grandes y recordadas obras, “Lista del Supermercado”, provino de su musa

inspiradora: una alacena vacía. El libro mostraba una refinada prosa que no sobresalía tanto

por el contenido de sus frases sino por la textura de su letra. Su gran virtud, entonces, fue

utilizar en lugar del frío “yogures”, la frase “lácteos saborizados”, y remplazar “Limpia

vidrios” por “Líquido clarificador de superficies transparentes”, para dar algunos ejemplos.

Hombre de pocas palabras y de párrafos indigentes, Rubén Cortés nació en una familia

humilde del norte de Dominica y desde niño obtuvo los primeros indicios de su condición:

sus maestras lo puntuaban con frases del tipo “¡Muy prolijo y eficiente! Ejercita más tu

creatividad” o “Te felicito por tu esfuerzo y dedicación…se nota que te cuesta”, incluyendo

la cruel “Felicitaciones… ¡solo te falta usar las neuronitas!”. Sus primeros flirteos

románticos fueron detonantes de sus primeros versos poéticos, que contaban como

característica principal con la falta total de metáforas, y el toque crudo de la realidad:

“Qué buena estás Marta, Con tu vestido azul, Y tu cadera vistosa…Hoy no voy al club”

Luego de la nombrada, “Lista de supermercado”, llegaron dos obras de transición como

fueron “Ocurrencias fallidas” y “Poco que decir”. Esta última fue elogiada y destrozada por

la crítica en partes iguales. A favor decían: “Una obra sin fisuras, sin errores, sin titubeos,

aunque por momentos, sin mucho por decir”. Mientras sus enemigos la castigaron así:

“Cortés nos ofrece un cóctel sin argumentos, sin talento y sin alguna idea potable…eso sí,

hay que decirlo, prácticamente sin errores, ni fisuras”.

Rubén logró un hecho único en la historia de la literatura mundial. Que su círculo de

fanáticos acérrimos se compusiera exactamente de los mismos miembros que su grupo de

detractores. Los que lo elogiaban y enaltecían eran los encargados de desacreditarlo, e

incluso agredirlo física y moralmente, a la salida de sus conferencias promocionales.

Ganador de tres premios a la narrativa internacional (dos de los cuales, recibidos por error,

al compartir apellido con un exitoso dramaturgo) y dueño de galardones varios (algunos de

dudosa procedencia), ocultó recelosamente sus vitrinas a cada visitante que osara

frecuentarlo.


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En conferencias, rodeado de eruditos e ilustres, prefería destacarse por su carácter

meditabundo y observador y no tanto por su dialéctica y comentarios atildados. Elegía, en

todo caso, guardar las frases ocurrentes para utilizarlas en alguno de sus textos editables.

Ya en edad avanzada publicó, lo que a la postre sería, su último aporte a la literatura: “Sin

palabras…ayer, hoy y siempre”, donde se pudo ver lo más autocrítico del autor. En dicho

texto, Rubén se declara un fraude de las letras, afirmando que desconoce las causas de su

éxito y notoriedad, admitiendo ciertos plagios y reconociendo su falta total de talento.

En el último capítulo, desgarrador, suplica enfáticamente que se abstengan de comprar sus

obras y sobre todo de disfrutarlas.

Esta nueva faceta de Cortés no sólo no alejó a los lectores, sino que generó auténtica

empatía por su simpleza y sencillez, y catapultó su última obra a lo más alto de los rankings

de ventas. Dada esta situación, muchos de sus colegas, tal vez por envidia, se dedicaron a

difamarlo aduciendo que no había sinceridad en sus palabras sino más bien una gran

campaña ‘marketinera’. Luego de “Sin palabras…ayer, hoy y siempre” el autor se mostró

aún más callado que nunca y sólo se volvió a saber de él a través de obituarios y pésames.

Es de destacar que sus últimas y trágicas horas se correspondieron con su excelsa y

discutida carrera. Su última frase fue, y miren lo traicionero del destino, “¡Tengo una

idea!”. Su carencia de sensibilidad, percepción y su bloqueado sentido de la creación lo

llevaron a su última emboscada. Lo que tuvo en realidad no fue una idea…fue una

embolia…nunca lo supo.

Rubén Cortés dejó un mensaje para la posteridad y tal vez su mayor legado: “No hay mayor

talento en una persona, que saber reconocer la ausencia del mismo.”

No supo si le pertenecía o si le era ajena… Y no llegó a plasmarla en papel alguno…

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