sábado, 31 de julio de 2021

4°Menciones de Honor Relato-Cuento Leandro Ariel Braier -Al Fin

 Lo veo venir lento e inseguro, a lo lejos, y ya empiezo a notar sus pequeños detalles: su pelo delgado en remolino, su piel bronceada, su andar. Destellos de realidad que tanto han encandilado mis sueños.

Pensar que pasaba meses sin verlo, meses en que parecía que se hubiera escondido el sol. Y justo cuando creía que se había acabado todo, que mi ilusión era inútil, que estaba perdiendo el tiempo y la virtud en vano, usted se aparecía: tan buen mozo, con sus chalecos cruzados y sacos, siempre con brillo en los zapatos y el pelo. En esos momentos toda la luz volvía de golpe.
No puedo creer que ahora lo veo llegar. Es un momento confuso pero feliz. Supongo que todos los cambios traen su mareo. No lo supongo: lo sé, aunque toda la vida haya tenido como constante la falta de cambios.
Cuidarme, prepararme, pulirme y esperarlo. A decir verdad, poco más he hecho.
Bueno, ayudé a mis hermanos, cuidé a mi madre, junté algún dinero.
Al principio no gastaba ni en ropa. Pensaba que si usted no iba a verla era un despilfarro sin sentido. Cambié de opinión cuando nos cruzamos aquella vez en el centro, ¿recuerda? Usted paseaba con su esposa, yo iba a la despensa tan apurada que pasé a su lado y no lo vi. Usted me reconoció. ¿Sabe qué vergüenza? ¿Que usted me viera así, con ese pantalón viejo y ancho, de entrecasa, y el pañuelo en el pelo?
Seguro usted no me ha recordado de esa forma. Si me está viendo ahora, a la distancia que estamos, seguro se está fijando en mi pollera tableada, mi camisa de seda, mis zapatitos de cuero y mi toca, con horas y horas de trabajo. No apreciará más que eso: si quiere oler mi perfume tendrá que venir más cerca.
Una vez estuvo así de cerca. Usted recuerda. Fue una misa de domingo, a la tardecita. El padre había dado un largo sermón sobre lo que todos habían hecho el fin de semana: apostar, correr, emborracharse por ahí. A mí me regocijaban sus sermones. Me hacían pensar que alguna vez las cosas podían cambiar para bien. Y usted iba tan elegante vestido a esas misas…  Prolijo y recién bañado. Cada vez que lo veía me daba la sensación de recién despierto, de tan impecable a todas luces. Aún de grande y con canas, ya viudo, me pasaba igual.
El asunto es que, esa tarde en la misa, yo lo vi entrar y usted me vio salir, dejando mis moneditas en el rincón. Se acercó, mientras la gente vaciaba el claustro por el portal de madera y entraban los últimos rayos de la tarde. Me tocó el hombro. Me volví y ahí estaba: pensé que me iba a hablar. Detrás suyo estaban los púlpitos y el altar, dorado por la luz que filtraba el vitró. Lo vi en tan hermoso marco y desde entonces sueño este encuentro.
No puedo creer que al fin haya llegado. Se me fue la vida esperándolo. Una vida de largos días y mágicos sueños.
Ahora no sé qué hacer ni qué decir. Aquí estamos los dos, a las puertas del paraíso, y usted es mío, al fin.


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