sábado, 31 de julio de 2021

2° Premio de Honor-relato cuento- Rodrigo Fabian Guerra - Declaracion de Amor.

 DECLARACION DE AMOR

Retrocede, hay quienes la imitan. Saben que el siguiente servicio, rápido a Once, no tardará en llegar. Desenvuelve un chicle mientras en los auriculares nuevos suena el último tema de Cranberries. 

Otro día que llegará tarde al trabajo, rezonga y se lamenta. Y sonríe mientras el sabor de la menta le llena la boca con una frescura de anuncio publicitario. ¿Lo verá en el tren? Hoy es el día, lo tiene decidido aunque sabe lo difícil que será. Claro que no lo hará en el vagón, delante de todos. No es tan tonta y se moriría de vergüenza. Pero ya no aguanta más, lo supo aún antes de que sonase el despertador. Tiene que ser hoy, se dijo mientras se lavaba los dientes y se cepillaba el pelo. Hasta el baño tenía algo inusual y como de ceremonia, quizás por eso tomó más tiempo del habitual.

−¡Se te hace tarde, Sonia!

Le había advertido la voz al otro lado de la puerta del baño, un reloj viviente con las agujas incrustadas en esa alma grande y bella de madre que había tenido que aprender a los tropezones a criar sola a su niña. 

“Formación próxima a arribar, servicio rápido de Morón a Liniers, Flores, Once”, anuncia el altoparlante. Se quita los auriculares y se acerca al borde del andén en el momento que el tren ingresa. Las puertas se abren, escurre su cuerpo menudo entre la apretada multitud y alcanza ese asiento junto a la ventanilla. Y allí está, donde quería. Mira al joven que tiene delante, lleva el pequeño jopo más brillante que de costumbre y esa camisa color uva que le queda tan bien. Lo observa de reojo, con una disimulada sonrisa en los labios. El vagón abarrotado comienza a moverse, el hombre a su lado lee el suplemento deportivo y la chica parada más allá tararea la melodía que desborda en los auriculares. En el aire flota una mezcla indescifrable de perfumes. 

Vuelve la mirada y la sonrisa… ¿qué pensarán los que la ven? ¿De qué se ríe?, se dirán con cierta envidia porque viaja sentada, ¿qué importa?... Cambiaría diez años de su vida por conocer los sueños detrás de esa expresión dulce que tanto tiempo lleva gustándole… Cada mañana agradece haber encontrado ese empleo que le permitió conocerlo, formar parte en su vida aunque nunca hubiesen intercambiado una palabra… hasta hoy, se dice intentando recobrar el coraje que siente flaquear. Las manos le transpiran, tiene miedo de que las palabras le salgan en un ridículo balbuceo, de que se ría de su timidez, de que la ignore como a un insecto, no lo soportaría. Me llamo Sonia, repite mentalmente y considera que no es una frase para comenzar una charla. Un simple “hola” o un comentario sobre el tiempo serían más eficaces, piensa y repiensa mientras el chico que le gusta, ¿cómo se llamará?, duerme ajeno a los sentimientos que la mantienen como sentada sobre un barril de pólvora. 

“Servicio rápido a Liniers, Flores, Once”, anuncia la voz dentro del tren. Fuera, la gente se agita como un cardumen pugnando por entrar. Con suavidad, vuelven a ponerse en marcha. El joven cabecea, sus párpados se mueven, se entreabren, se fijan en ella como a través de una espesa cortina de agua.

−Hola –dice Sonia, con una llamarada incendiándole las mejillas. 

El joven la saluda con una sonrisa desvaída y la mirada enturbiada por el sueño.

−Me llamo Sonia –suelta sin saber qué más decir.

−Federico.

La voz se le antoja hermosa y sensual, las vibraciones que generan se expanden como un eco por su espina dorsal calentándole las extremidades como si bajo el asiento ardiera un pequeño incendio. Balbucea, se siente una estúpida, esas malditas mariposas que empiezan a revolotear de nuevo en el estómago, una especie de ruido blanco en su cabeza le impide encontrar el tema de conversación entre los que tenía preparados.

−¿Qué escuchás? –le pregunta, indicándole el auricular en el oído de Federico. 

¡Dios, qué tonta!, se dice y mira por la ventana para que no pueda leerle el pensamiento en los ojos que siente enrojecidos. 

−Héroes del silencio –responde con una sonrisa única-. ¿Y vos?

−Cranberries. Mi banda favorita. 

−A mí también me gustan Los Arándanos. 

Ríen, conectados por el calor confuso y casi torpe de la primera mirada. Las estaciones pasan a velocidad de vértigo al otro lado de la ventanilla, el tren vuelve a detenerse, la gente a removerse, a empujarse para bajar, a empujarse para subir, a ponerse de nuevo en marcha. Y ellos allí, como dos habitantes de una isla desierta.

“Servicio rápido de Liniers, Flores, Once”, anuncia la voz metálica. 

−Vivo con mi mamá –retoma Sonia la charla, no quiere que se enfríe, que la montaña rusa que la mantiene tan viva no se pare ni un segundo-. Mi papá se fue cuando yo era chiquita. Estudio –suelta en una racha deshilvanada de palabras. 

−Dejame adivinar. ¿Turismo?

−Síííí. Uau. ¡Qué intuitivo! Me apasiona viajar. 

−Coincido. El viaje en el Sarmiento es apasionante.

Nuevas risas como sinfonía de ángeles. Se buscan con los ojos, las rodillas muy cerca se rozan, las manos incomodan, cosquillean. La inercia del tren al detenerse la empuja hacia él, aspira el aroma fresco de su pelo cuando su cabeza se inclina hacia delante. Sigue con atención los movimientos de esos labios, los del sol bailando sobre los rasgos dulces como una canción de cuna, el tintineo sensual que provocan las palabras de Federico, el calor con el que cada mirada la incendia por dentro, las mariposas que revolotean en el estómago enloquecidas como un enjambre de avispas.

El tren disminuye la velocidad al acercarse a la estación de Once, la sombra de los puentes alterna con el resplandor dorado del sol sobre los cabellos castaños del joven. El brillo en sus ojos ambarinos se prende y se apaga en destellos como un código secreto. 

−Salgo a las siete –se anima Sonia, el corazón se le acelera, quiere salírsele por la boca-. Podemos quedar para tomar un café… digo… si te parece…

Un estruendo ensordecedor no la deja terminar, la gente parada se proyecta hacia delante en un vuelo desordenado, se apila entre hierros retorcidos, hay gritos, una mujer llora, un hombre se queja de dolor, las expresiones son de sorpresa, de pánico y de impotencia. Nadie puede moverse, comprimidos por la marea humana. Al otro lado de la ventanilla, los primeros curiosos escrutan el interior de la formación. Pronto aparecen los médicos y algunos policías. Desde donde está, Sonia distingue a dos bomberos cruzar a la carrera el andén, cargan camillas con la expresión urgente de la tragedia. 

Sobre el regazo, la cabeza de Federico descansa vuelta hacia el costado. Saca un pañuelo, los auriculares nuevos caen y se pierden en la marea de brazos y piernas. Presiona para detener la sangre que brota del corte. El joven levanta hacia la desconocida una mirada tierna y se abandona a esas caricias que hacen más soportables el dolor y el miedo que lo atenazan. Sonia le pasa la mano por la mejilla mientras observa los intentos de los bomberos por abrir las puertas del vagón. 

−Hola –dice Sonia, con una llamarada incendiándole las mejillas.


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