sábado, 31 de julio de 2021

Seleccionada de Honor relato cuento- Susana Marisa Bellucci .- El veredicto

 EL VEREDICTO

Ruperto Miranda deshojaba la margarita…la “amargarita”, la amarga margarita.

Me quiere, no me quiere…

Otras veces comenzaba  “no me quiere, me quiere”. Pero indefectiblemente siempre terminaba con un “no me quiere”.

Había comprado margaritas en todas las floristerías de la ciudad y siempre el veredicto era el mismo. No lo quería.

Compró semillas importadas de Holanda, las sembró. Cuando cortó la primera que floreció, abriendo su pequeño botón apelmazado, la emoción no le cabía en el cuerpo. Seguro que ésta a la que había criado con tanto amor, torcería su destino sentimental.

Me quiere, si, no, si, no…No. Traidora! Tuvo un ataque de furia, tomó raudamente la pala y destrozó el jardín. Allí quedaron los cadáveres desparramados de las tristes emisarias del no.

Ante la desesperación, comenzó a deshojar libros.

Ruperto Miranda era profesor de literatura y tenía una vasta biblioteca que había atesorado durante más de 20 años.

No tenía sentido hacer cálculos según tuvieran los libros un número par o impar de hojas, porque siempre había páginas sin numerar antes y después de los capítulos.

Y si bien estaba desesperado, no se permitía hacer trampas porque él quería la verdad, que sería lo único que le aseguraría la felicidad futura.

Comenzó con el Quijote, esperando que el espíritu cervantino y el amor por Dulcinea le dieran suerte. Pero tampoco. Siguió con los amantes de Verona, los cuales a pesar de su trágico final  no se compadecieron de él. Florentino Ariza a pesar de haber sufrido tanto por el amor de Fermina Daza, lamentándolo en el alma también le respondió No, desde “El Amor en los Tiempos del Cólera”.

La Enciclopedia Británica fue la siguiente víctima. Si la literatura no se apiadaba de él, quizás los enciclopedistas lo hicieran. Pero la ciencia es exacta y cuando es No, es No. Deshojó 1523 libros, y nunca apareció un “Si me quiere” como respuesta.

El motivo de su corazón atormentado era Magdalena Goldman, una estudiante universitaria, alumna de Ruperto Miranda. 

Desde que la vio entrar al aula magna, supo que su vida ya no sería igual. Fue como un pálpito, una revelación. Nunca deseo que fuera así, hasta incluso se resistió a sus sentimientos, pero finalmente claudicó ante lo evidente, se había enamorado.

 Él, que siempre había sido de amores fugaces, tibios y poco memorables, sucumbió ante su alumna. Como ella no mostraba ningún tipo de interés, más que el que una estudiante podía tener por lo académico, comenzó a desesperar y a recurrir a artilugios para desvelar sus sentimientos.

Fue así como comenzó con las margaritas y siguió con los libros.

Luego comenzó a hacer preguntas de cualquier tipo a los vendedores y toda persona que se cruzara en su día a día.

Eran preguntas condicionadas para que la respuesta fuera un Sí, que él tomaría como una respuesta del universo. Y para su sorpresa, la respuesta no era la esperada.

En la panadería preguntaba, mientras miraba las vitrinas llenas de hogazas:

-¿Tiene pan? 

- No señor, es todo pan de ayer.

En la mayor ferretería de la ciudad:

-¿Tiene clavos de tres pulgadas? - Cómo no iban a tener…era un Sí rotundo.

-Acaban de llevárselos a todos para la construcción de la nueva casa de los Achaval-Ordoñez. ¡Un palacete! Mañana me llegan seguramente.

Pero él no quería los clavos. Quería solo la respuesta.

Tuvo que aceptar la realidad. Magdalena Goldman no lo quería.

Era el dictamen de las margaritas, de los 1523 libros, del Quijote, de Romeo, de Julieta, de Florentino Ariza y hasta de la misma Celestina que hizo lo suyo intermediando por un Sí, pero no lo logró. También el universo encarnado en casi todos los negociantes de la zona había dicho lo suyo.

Volvió vencido  una tarde a su casa, como el soldado que regresa derrotado después de meses en el frente de batalla, triste, pero sin fuerzas para más.

El jardín era un despojo, y la habitación de la biblioteca una cueva de estanterías vacías. Se recostó en un sillón y se durmió agotado

Pero esa sensación de renuncia de perdido por perdido, luego de un sueño reparador le dio un último aliento para intentar lo que nunca había hecho: hablar con Magdalena Goldman.

 Fue entonces a la universidad y buscó en el fichero los datos de su alumna:

Dirección: Calle Aviador Franco 1329.

Y hacia allá partió. Llegó con su corazón desbocado y abrió la puerta de hierro que daba acceso al jardín. Al atravesarlo vio cientos de margaritas arrancadas que yacían marchitas con sus raíces al aire.

Tocó el timbre y apareció Magdalena Goldman con los ojos llenos de lágrimas y un libro en su mano al que le faltaban todas las hojas.

Y no necesito más respuestas.


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