sábado, 31 de julio de 2021

3° Menciones de Honor relato- cuento , Monica Leticia Faraldi- La empleada Domestica

 LA EMPLEADA DOMESTICA




Esa mañana Juana se levantó contenta, plena, distinta. Mientras tomaba mate se descubrió mirando por la ventana con una sonrisa. Había tenido un sueño hermoso, colorido y tan real que aún perduraba en sus pupilas; podía cerrar los ojos y verse haciendo lo que tanto amaba, escribir.  La sacó de su abstracción el pitido de la hora en la radio, ya eran las siete y, si no salía, iba a perder el tren. Juntó las cosas que se llevaba, el bolso, un saquito, la comida del mediodía y salió a ganarse el pan. Cuando llegó a la estación el andén, estaba repleto de gente; anunciaban por altoparlante que la formación había sufrido un desperfecto; se suspendía el servicio por una hora, que seguro serán dos, pensó Juana, pero no quería que esto le arruine el día que había empezado tan bien, así que se dio media vuelta y fue en busca del colectivo. 

Desde antes de llegar a la parada ya veía la cola que tendría que hacer, pero no tenía otra opción; otra vez llegaría tarde y debería soportar la mala cara de su patrona. 

Cuando por fin pudo subir al colectivo, se ubicó en un asiento casi al final, colocó los auriculares sobre sus orejas para hacer más agradable el viaje y, poco a poco, empezó a dormitar.


Nuevamente estaba en la habitación luminosa con amplios ventanales que daban al parque. Su silla mullida y de respaldo alto la cobijaba y le otorgaba un apoyo placentero, daba gusto estar sentada allí, rodeada de una biblioteca enorme, llena de libros, fotos, objetos traídos de alguno de sus viajes. Su vida estaba allí. Era todo tan natural, tan apacible, sólo tenía que escribir. Sobre su escritorio se encontraba la carta de la editorial que había aprobado su novela, pero restaban algunos retoques, quería mejorar la descripción de los personajes y puso manos a la obra. Sus dedos se movían sobre el teclado con rapidez, exquisitamente, sin tropiezos.

—Permiso —dijo una señora—. ¿Me permite pasar?

Juana sacudió la cabeza y miró el reloj, recién habían pasado quince minutos; para ella había sido una eternidad. Mientras se corría para dejar paso a la señora cargada de bártulos, terminó de despegarse del sueño que la perseguía. Comenzó a mirar a su alrededor para ubicarse, estaba sentada en el fondo de un colectivo lleno de gente con cara de resignación y hastío, personas reales, trabajadores, estudiantes, oficinistas que salían, como ella, temprano y, seguramente, regresarían a sus casas finalizando el día. No quería volver a dormirse porque sabía que podía pasarse de parada y llegar a su trabajo más tarde aún. Así y todo volvió a entornar los ojos para sumergirse nuevamente en aquellas bellas imágenes.

La luz del sol atravesaba todo el recinto; el piso de madera brillante crujía a su paso, le gustaba caminar mientras elaboraba frases que luego volcaba en sus escritos. Para esta novela había investigado mucho, pero sentía que había cierta frialdad en uno de sus personajes, tenía que darle más calidez y le estaba costando. Llevaba días tratando de concebir a esa criatura rebelde, indómita y ordinaria que había construido. Sólo necesitaba saber un poco más de los sentimientos de alguien que trabaja limpiando la suciedad de otros, de alguien que sabe que depende de ese trabajo y tiene que soportar agravios o malos tratos del que se siente superior. Pensaba en las mañanas frías, en las manos ajadas, en la cintura que duele, en la paga mínima, en el horario extenso, en el colectivo lleno, en el tren que no funciona.

De repente se despertó. Todavía faltaba como media hora, era imposible el tránsito que había, las calles cortadas, los desvíos y después la patrona enojada. No quería dormirse de nuevo pero se dejó llevar por el encanto de ese otro mundo inalcanzable para ella. 

Puso sus manos en el teclado y de una sola vez redactó páginas enteras de sentimientos encontrados, deseos incumplidos, resabios de olvido, de broncas, de promesas y de nuevo volver a empezar. Poner una sonrisa para decir, sí señora, y aguantar. Explicar que hoy llegué tarde porque el tren no funcionaba y tomé el colectivo y las calles estaban cortadas, y la señora con cara de no te creo, siempre te pasa algo, pero acá hay que estar a horario, cómo se ve que no te gusta trabajar, si te gustara cuidarías el trabajo, sabés cuántas como vos quisieran trabajar acá, así que mejor apurate, si no, no vas a llegar a hacer todo lo que hay que hacer y nada de hacer tiempo nena, mirá que yo las conozco a ustedes eh. Ojito, que a mí no me vas a pasar tan fácil.

Hizo fuerza para abrir los párpados, el sueño ya se estaba poniendo feo, pero por más que quiso no pudo abrir los ojos y comprendió que no despertaría. Comprendió que su realidad era la de un personaje de novela que una escritora famosa estaba creando y comprendió que el sueño había sido el otro, el de la mujer que se había despertado contenta por haber soñado que escribía una novela.


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