T U R B A C I O N 1-.
Cuando me acomodé en el asiento del avión, sentí una extraña sensación. Interiormente,
algo me decía que este viaje sería distinto. La enorme aeronave me llevaría hasta Madrid.
Y, desde allí, otro vuelo me permitiría llegar a destino: Bilbao.
Era la primera vez, después de quince años de matrimonio, que viajaba sola. Marcelo,
mi marido, me alcanzaría en unos días. En esta oportunidad, nuestras vacaciones no habían
coincidido. Sin embargo, podríamos compartir juntos la última semana, en el lugar elegido:
el País Vasco.
En Ezeiza ya había tenido mi primera decepción. Según la empresa de viajes, seríamos
un contingente reducido que nos encontraríamos en el Aeropuerto, pero allí, no había
ubicado a nadie y debía desplazarme sola.
El viaje fue normal. Y al arribar a Madrid, entre el trajín de una multitud de pasajeros,
divisé a un hombre joven; portando un cartel con mi nombre. Se trataba de César quien, a
partir de ese momento, sería el coordinador y guía de mis programadas vacaciones.
Minutos más tarde, mientras él conducía la combi hacia el Hotel, pude observarlo. Era un
mocetón, dueño de una simpatía y amabilidad que le permitían entablar rápidamente, una
amena conversación. Así, a través de un fluido diálogo, me informó sobre el cronograma de
las excursiones y actividades que realizaríamos.
Poco después, en la soledad de mi cena, no dejaba de pensar en el Coordinador que, con
su simpatía y caballerosidad, me había impactado. Su trato respetuoso, lo hacía
interesante, distinguido. En ese momento, una llamada de Marcelo me sacó de esas extrañas
cavilaciones.
Al día siguiente, mientras desayunaba, llegó César. Estaba radiante, con un traje
deportivo azul que resaltaba su cutis blanco y sus ojos verdes. Me entregó un ramillete de
lilas, argumentando mi bienvenida. Su cortesía me trastocó e hizo sentir halagada. Hacía
años que no me mimaban así.
Ese primer día recorrimos la ciudad; visitando la histórica plaza y su viejo casco; la ría
con sus puentes; el puente colgante y el impresionante Museo Guggenheim. El mediodía
nos encontró en uno de los puestos del mercado de la ribera, ahí nos detuvimos. Y, aunque
no era su obligación, César me acompañó en el almuerzo. Tuvimos una entretenida charlar
donde nos contamos nuestras historias de vida. Así descubrí que mi acompañante tenía
treinta y nueve años. Era soltero y vivía con su anciana madre, a quien dedicaba su tiempo
libre. Me encantaba escucharlo. Sus finos modales me deslumbraban.
Guernica, era el destino del segundo día de excursión. Temprano, el Coordinador pasó a
buscarme y, en una sana camaradería, partimos hacia ese lugar tan interesante. Durante el
recorrido y en las largas caminatas, nuestra amistad crecía. Sin darnos cuenta íbamos
desgranando nuestras confidencias.
Fuimos a comer y se repitió la escena del día anterior; sólo que esta vez noté su mirada
penetrante buscando mis ojos Al principio me intimidó y luego comencé a devolverle esa
contemplación. En ese momento una llamada telefónica de Marcelo me sacó de esa
situación confusa.
Cuando regresamos al Hotel me ayudó a descender del minibús y sus brazos fuertes me
retuvieron un instante. Algo desconocido pareció sucederme y me ruboricé. César percibió
mi turbación, subió al móvil y se alejó.
Esa noche me costó dormirme. Quería pensar en Marcelo y nuestro matrimonio pero la
imagen de César se superponía. Estaba inquieta. ¿Qué me estaba pasando?...Nunca había
experimentado una inquietud así.
Al día siguiente, estaba programada la excursión a Vitoria, la capital de Álaba, que
prometía ser otra jornada encantadora. Ansiosa esperaba compartir otro paseo con César.
En la gira, se mostró educado en el trato y nuestra conversación, entretenida, se
circunscribió a los lugares y paisajes que visitábamos. Llegué a creer que se sentía
avergonzado por su actitud de la tarde anterior. Sin embargo yo seguía admirada por su
gentileza y su accionar de hombre correcto. La excursión fue rápida. Regresamos temprano
porque esa noche la agencia ofrecía una cena de gala a los turistas.
César se ofreció a acompañarme a la cena. Me sentía entusiasmada, parecía una
adolescente. Elegí la mejor ropa y me maquillé como no lo hacía desde mucho tiempo
atrás. La fiesta fue maravillosa y al finalizar, él me invitó a bailar. Danzamos largo rato,
con su rostro pegado al mío.
Cuando terminó la velada me llevó al Hotel. Iba callado, sólo cruzó algunos breves
comentarios sobre la reunión. Y al llegar, lo invité a tomar un café. No aceptó y sonriendo,
prometió tomarlo al día siguiente. Me besó ligeramente la mejilla y se marchó.
Entré a la habitación y parada frente al espejo, me observé. Me vi más joven,
desconocida. ¿Qué me ocurría? Era la primera vez, después de tantos años de matrimonio
que me sentía confundida. Aturdida, seguía frente el cristal sin verme, Hasta que el sonido
del teléfono me sacó del letargo. Entonces la voz cariñosa de Marcelo me volvió a la
realidad, preguntándome cómo me había ido en la reunión. Quizás percibió mi azoramiento
porque preguntó si me encontraba bien.
Esa noche me costó reconciliar el sueño. Dubitativa, pensaba en César y la próxima
excursión a San Sebastián. Un día entero con alguien que, sin pensarlo, me había
desorientado.
Como los días anteriores, el paseo resultó cautivante y el Guía se esforzó por hacerme
conocer todos los atractivos de la región. A esa altura, nuestra amistad había crecido en
camaradería; aunque su tratamiento era cada vez más tierno, sin dejar de ser respetuoso. 2-
.
Esa tarde, antes de regresar al Hotel, me invitó a tomar un café. Creo que ambos no
queríamos que culminara la jornada. Con la sensibilidad a flor de piel, conversamos mucho
rato y hasta llegó a tomar mis manos entre las suyas; sin llegar a manifestar el sentimiento
que ambos percibíamos.
Un tránsito complicado retardó nuestro regreso y antes de despedirnos le propuse: --
¿Cenamos juntos esta noche?—Me miró irresoluto. En ese instante, la puerta de la combi se
abrió y la figura inconfundible de Marcelo se recortó, a través de las luminarias.
--Hola Amor... ¡Llegaste! Hace rato que te estaba esperando— Y dirigiéndose a César le
consultó: --¡Hola! Mañana vamos a Pamplona ¿no?--
Perplejo, el Coordinador asintió con su cabeza y se marchó. Muda y cabizbaja, sólo
atiné a refugiarme en el abrazo cariñoso de mi marido.
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