sábado, 31 de julio de 2021

4° Premio Honor Relato-cuento -Adelina Gimeno Navarro-Digo si a la vida

 DIGO SÍ A LA VIDA

Abrió la ventana, en cruz la sujetó, cerró los ojos y respiró hondo…

Diciendo te amo soltó todo su amor hacia ese paisaje, lugar que unió sus vidas por

varias décadas.

Decía que sí a la vida, no podía permitir que nada la arrancase de aquella felicidad plena

que los dos habían construido.

El sol radiante tocaba su rostro, sus manos abiertas rozaban sus labios lanzando un

sonoro beso en la distancia al astro rey.

Cuantas caricias gratuitas había depositado Irene, en aquella piel que tanto quería; horas

de amor que no quedaban en el olvido. Le seguía amando, era su mejor compañía a

pesar de su distante presencia.

Nada, nada podía lograr que su querido amor desapareciese de su vida, siempre estaría

con ella, él era su razón de vivir, sin su mirada ella moriría.

Paradojas de la vida, lenguaje que jugaba con las palabras, pues ella moría con su

mirada. Su cuerpo excitado no dejaba de temblar, dejando sus sentimientos al

descubierto y una espectacularidad variante, era ahora la que ella hacía de aquel

espectáculo visual.

Caminó sus pasos hacia atrás, sin perder de vista al sol que la iluminaba con su luz de

vida. Juntó sus brazos, corriendo el visillo y dejando la estancia desprovista de luz, solo

unos tenues rayos se atrevían a entrar, descubriendo en su claridad el polen de una

primavera que iba a ser diferente para Irene.

Se sentó en la cama, descalzó sus pies y subió las piernas en ella…

Siempre un libro, cuando adoptaba aquella posición ocupaba sus manos, la lectura y

hacer el amor eran sus debilidades. Abriendo la página por dónde dejó el marcador la

noche anterior, continuó su lectura.

Ahora para ella amar era la lectura, sobraban gemidos, faltaban unas manos que

acariciasen las suyas, que las llevasen al lugar oportuno donde ofrecer con sus caricias

mucho más amor.

Deslizando sus ojos con soslayo, miró a su derecha, al volver la mirada al libro, leyó

con disgusto lo que las letras decían…

La protagonista iba a suicidarse, estaba sumida en un halo de tristeza, se había quedado

sola y quería terminar con su vida, él había sido el aire que le daba vida, el amanecer de

cada mañana…

No pudo seguir leyendo, se rasgaba las vestiduras ante tan gran valentía. Ella era muy

guerrera, lo estaba demostrando, pero no por ello se iba a quitar la vida. Su fuerza

residía en el hoy, en el presente, en ese día a día con el que vamos fabricando nuestro

futuro.

Muy despacio bajó los pies introduciéndolos en las zapatillas de noche, apoyando sus

manos en la cama levantó su cuerpo despacito y con mucho cuidado… Pensando lo

torpe que llegaba a ser pues era una locura pensar que lo podía molestar.


Desde que ocurrió la desgracia los días habían tomado un cariz muy diferente, Pol, ya

no desayunaba con ella, ni volvía de trabajar, ni tan siquiera la llamaba a media mañana

para decirle lo mucho que la quería. Todo un acumuló de despropósitos tristes y llenos

de melancolía. Y que como cada mañana al abrir la ventana daba gracias y pedía seguir

viviendo.

Sabía que nada sería como antes, le dolía, pero le decía sí a la vida, un sí con llanto, una

afirmación bañada en lágrimas de desesperación, ya que allí clavada en pie en la cocina,

se veía preparando un aperitivo que tomaría ella sola.

De nuevo y ahora portando la bandeja de la comida, subió a la habitación, con el pie

empujó la puerta que quedó abierta de par en par. Entró de espaldas para que no se le

viniese encima otra vez, al ladearse se quedó mirando la cama.

Aquella soledad a pesar de querer vivir la estaba matando, no dejaba de pensar en Pol,

lo tenía allí presente, lo veía, pero no lo podía tocar. Solo olía a su perfume, la sensación

era máxima y aunque no lo podía tocar, ella gozaba así con su presencia.

Irene llegó a pensar que se estaba volviendo loca, estaba trastornada de amor, todos los

días le subía una cerveza, que a él le encantaba, para luego tomarse ella el botellín y el

vaso.

-Hoy he puesto pistachos ¿te apetecen amor mío?

Murmuraba con una sonrisa Irene, que se tomaba la vida con alegría casa vez que

desaparecían los momentos tristes y así, diciéndole sí a la vida, pasaban aquellos

momentos…

Retomó la lectura de la misma forma que la vez anterior, quedándose dormida. Aquellos

eran otros de los momentos en los que era plenamente feliz. Siempre se quedaba

dormida pensando en Pol y en sus momentos de intimidad, muchas veces se despertó

humedecida y se terminó de amar pensando en él. Pero aquella tarde fue diferente, la

cerveza y el llanto hicieron que su descanso fuese más prolongado.

Sus sueños la llevaron al verano antes del accidente, en su viaje a Canarias, aquel que

disfrutaron al máximo como a los dos les gustaba. Dejando a un lado todas las

grandezas y compartiendo juntos cualquier pequeñez que encontraban a su paso.

Las ocho de la tarde ya no darían en el reloj del móvil, teléfono que la avisaba cada día

a esa hora de la visita.

Sonó, contestando ella la contraseña de la cancela de entrada.

-Ya están aquí cariño, decía Irene, mientras se levantaba de la cama.

-Hoy será rápido mi vida, nada más que la vuelta a la sábana y si la tienes húmeda, dijo,

mientras remetía las otras telas debajo del colchón.

Mientras se escuchaba la voz de alguien que subía saludando a Irene y a Pol, que desde

hacía un año, se encontraba postrado en la cama con la única movilidad, la que a Irene

le daba la vida, sus ojos y su mirada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario