DIGO SÍ A LA VIDA
Abrió la ventana, en cruz la sujetó, cerró los ojos y respiró hondo…
Diciendo te amo soltó todo su amor hacia ese paisaje, lugar que unió sus vidas por
varias décadas.
Decía que sí a la vida, no podía permitir que nada la arrancase de aquella felicidad plena
que los dos habían construido.
El sol radiante tocaba su rostro, sus manos abiertas rozaban sus labios lanzando un
sonoro beso en la distancia al astro rey.
Cuantas caricias gratuitas había depositado Irene, en aquella piel que tanto quería; horas
de amor que no quedaban en el olvido. Le seguía amando, era su mejor compañía a
pesar de su distante presencia.
Nada, nada podía lograr que su querido amor desapareciese de su vida, siempre estaría
con ella, él era su razón de vivir, sin su mirada ella moriría.
Paradojas de la vida, lenguaje que jugaba con las palabras, pues ella moría con su
mirada. Su cuerpo excitado no dejaba de temblar, dejando sus sentimientos al
descubierto y una espectacularidad variante, era ahora la que ella hacía de aquel
espectáculo visual.
Caminó sus pasos hacia atrás, sin perder de vista al sol que la iluminaba con su luz de
vida. Juntó sus brazos, corriendo el visillo y dejando la estancia desprovista de luz, solo
unos tenues rayos se atrevían a entrar, descubriendo en su claridad el polen de una
primavera que iba a ser diferente para Irene.
Se sentó en la cama, descalzó sus pies y subió las piernas en ella…
Siempre un libro, cuando adoptaba aquella posición ocupaba sus manos, la lectura y
hacer el amor eran sus debilidades. Abriendo la página por dónde dejó el marcador la
noche anterior, continuó su lectura.
Ahora para ella amar era la lectura, sobraban gemidos, faltaban unas manos que
acariciasen las suyas, que las llevasen al lugar oportuno donde ofrecer con sus caricias
mucho más amor.
Deslizando sus ojos con soslayo, miró a su derecha, al volver la mirada al libro, leyó
con disgusto lo que las letras decían…
La protagonista iba a suicidarse, estaba sumida en un halo de tristeza, se había quedado
sola y quería terminar con su vida, él había sido el aire que le daba vida, el amanecer de
cada mañana…
No pudo seguir leyendo, se rasgaba las vestiduras ante tan gran valentía. Ella era muy
guerrera, lo estaba demostrando, pero no por ello se iba a quitar la vida. Su fuerza
residía en el hoy, en el presente, en ese día a día con el que vamos fabricando nuestro
futuro.
Muy despacio bajó los pies introduciéndolos en las zapatillas de noche, apoyando sus
manos en la cama levantó su cuerpo despacito y con mucho cuidado… Pensando lo
torpe que llegaba a ser pues era una locura pensar que lo podía molestar.
Desde que ocurrió la desgracia los días habían tomado un cariz muy diferente, Pol, ya
no desayunaba con ella, ni volvía de trabajar, ni tan siquiera la llamaba a media mañana
para decirle lo mucho que la quería. Todo un acumuló de despropósitos tristes y llenos
de melancolía. Y que como cada mañana al abrir la ventana daba gracias y pedía seguir
viviendo.
Sabía que nada sería como antes, le dolía, pero le decía sí a la vida, un sí con llanto, una
afirmación bañada en lágrimas de desesperación, ya que allí clavada en pie en la cocina,
se veía preparando un aperitivo que tomaría ella sola.
De nuevo y ahora portando la bandeja de la comida, subió a la habitación, con el pie
empujó la puerta que quedó abierta de par en par. Entró de espaldas para que no se le
viniese encima otra vez, al ladearse se quedó mirando la cama.
Aquella soledad a pesar de querer vivir la estaba matando, no dejaba de pensar en Pol,
lo tenía allí presente, lo veía, pero no lo podía tocar. Solo olía a su perfume, la sensación
era máxima y aunque no lo podía tocar, ella gozaba así con su presencia.
Irene llegó a pensar que se estaba volviendo loca, estaba trastornada de amor, todos los
días le subía una cerveza, que a él le encantaba, para luego tomarse ella el botellín y el
vaso.
-Hoy he puesto pistachos ¿te apetecen amor mío?
Murmuraba con una sonrisa Irene, que se tomaba la vida con alegría casa vez que
desaparecían los momentos tristes y así, diciéndole sí a la vida, pasaban aquellos
momentos…
Retomó la lectura de la misma forma que la vez anterior, quedándose dormida. Aquellos
eran otros de los momentos en los que era plenamente feliz. Siempre se quedaba
dormida pensando en Pol y en sus momentos de intimidad, muchas veces se despertó
humedecida y se terminó de amar pensando en él. Pero aquella tarde fue diferente, la
cerveza y el llanto hicieron que su descanso fuese más prolongado.
Sus sueños la llevaron al verano antes del accidente, en su viaje a Canarias, aquel que
disfrutaron al máximo como a los dos les gustaba. Dejando a un lado todas las
grandezas y compartiendo juntos cualquier pequeñez que encontraban a su paso.
Las ocho de la tarde ya no darían en el reloj del móvil, teléfono que la avisaba cada día
a esa hora de la visita.
Sonó, contestando ella la contraseña de la cancela de entrada.
-Ya están aquí cariño, decía Irene, mientras se levantaba de la cama.
-Hoy será rápido mi vida, nada más que la vuelta a la sábana y si la tienes húmeda, dijo,
mientras remetía las otras telas debajo del colchón.
Mientras se escuchaba la voz de alguien que subía saludando a Irene y a Pol, que desde
hacía un año, se encontraba postrado en la cama con la única movilidad, la que a Irene
le daba la vida, sus ojos y su mirada.
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